Es tarde para el capitalismo del Siglo XX y temprano para el del XXI
La batalla del Grupo de Abu Dhabi y los Gilinski para controlar el GEA es el reflejo de la forma
como el capital financiero se mueve en los mercados globales para apropiarse de riquezas sin
consideración humanitaria alguna. Como ya lo han registrado varios medios y analistas, la dupla
compradora tiene garantizadas utilidades logren o no el control. Ganarán varios cientos de
millones de dólares por una de varias vías posibles: la reventa a un mayor valor de las acciones
compradas, o al hacerse socios de un gran número de empresas del GEA -gracias al enroque-
con un valor superior al que desembolsaron para entrar a este entramado. La falta de atención
para prevenir el riesgo de una toma, la desatención a los socios minoritarios y la subvaloración
de las acciones, facilitaron la jugada que los administradores del GEA no vislumbraron a tiempo.
Los jugadores locales requerirían de un socio equivalente a Abu Dhabi, para recomprar las
acciones que los minoritarios vendieron. Esto implicaría pagar un valor superior al que pagaron
los Gilinski-Abu Dhabi por las acciones y debe ser atractivo para que vendan realizando una
buena utilidad. Forbes estima que si el precio de recompra fuera un 5% superior al pagado, los
compradores ganarían USD$ 864 millones. Nada mal. El GEA, si decide dar este paso, se
endeudaría en una cifra que afectaría sus costos, su operación y su rating en las calificadoras de
riesgo. Un pésimo escenario para ellos, mientras que la dupla se apropia del valor que el GEA
tenía escondido en la subvaloración de sus acciones. La imagen es la del águila que alza vuelo
con los críos del nido mientras los padres miran impotentes como se alejan.
También podría el GEA buscar entre las grandes corporaciones globales de alimentos un socio
que compre parte de sus acciones. Este socio si podría contener a la dupla al interior de las
juntas directivas de las empresas del GEA. Es difícil en el corto plazo encontrarlo pero es una
movida atractiva para muchas corporaciones en expansión ante el desbordado crecimiento del
sector de alimentos. Aunque implicaría perder el control de la empresa a manos de otro
tercero, los accionistas del GEA se colgarían a un tren capaz de generar nuevo valor, lo que a su
vez valorizaría sus acciones diluidas en un mediano plazo, compensando las pérdidas en el
corto. Esto es lo que hicieron los Santo Domingo al colgarse al tren AB InBev sin conflictos.
La dificultad para los accionistas que quedan en el GEA encuentren una salvación adecuada es
el tiempo. El mayor valor que ofrecen los Gilinski por un 6% adicional de Sura (a USD$9,88 por
acción que equivale a una prima del 40%) es difícil de rechazar y así llegarían al 31% en esta
empresa. En Nutresa la nueva oferta USD$ 10,48 (fue USD$7,7 en la primera OPA) busca el
22,8% para quedar sobre el 50.4% de la empresa, pagando USD$ 2,070 millones. Ganen o no el
control los compradores quedarán como socios de todas las empresas donde Sura y Nutresa
son accionistas: el 35% de Argos, el 46% de Bancolombia, el 49% en Protección… con solo
volverse socios de Sura, los compradores ganaron una fortuna con los simples porcentajes que
les corresponde al participar ahora de las propiedades anteriores que generó el enroque.
La entrega de valor a un tercero se facilitó en buena medida porque los administradores del
GEA descuidaron a sus socios minoritarios. Ser administradores democráticos, es decir que
traten por igual a grandes y pequeños accionistas era clave para que rechazaran la oferta
Gilinski-Abu Dhabi. Pero el GEA pagó durante años dividendos bajos y la sub-valorización de la
acción impedía liberar el capital hacia mejores rentabilidades. Los minoritarios estaban
atrapados porque no ganaban lo razonable frente al capital invertido, pero si vendían perdían
parte de su capital. Al mismo tiempo observaban impotentes con voz pero sin voto, las
crecientes cifras de crecimiento sin que recibieran los beneficios correspondientes.
La utilidad que los compradores pusieron sobre la mesa, en dólares y de contado, para los
minoritarios era difícil de rechazar en ese contexto. Significaba la oportunidad para recuperar
su capital y aumentarlo. Era la salvación de una inversión que se volvió mala, no porque el
negocio estuviera mal administrado, sino al contrario porque la buena administración no se
irrigó a todos los accionistas. Este desfavorecimiento como si el capital de los minoritarios fuera
menos que el de los mayoritarios es usual en el capitalismo del país, y es parte de la baja
confianza que tienen los colombianos en la bolsa de valores.
A los colombianos como socios minoritarios los han “tumbado” con acciones desde los años
cincuenta. Primero en el boom de los cincuenta millares de familias invirtieron en acciones de
Paz del Río, la gran empresa siderúrgica. En los sesenta otros miles invirtieron en las prósperas
Bavaria, Fabricato y Coltejer, entre otras. Era la manera de ahorrar de las familias de clase
media en ascenso. En Paz de Río el fracaso fue mas del estado. Las otras y en especial Bavaria
cambiaron de manos por tomas bien o mal diseñadas. La mas famosa la de Julio Mario Santo
Domingo que le arrebató el control al grupo de bogotanos que se durmió en sus laureles. Tras
esta toma, el valor de las acciones de los minoritarios se evaporó poco a poco, ya sin
comprador diferente al controlador.
A los Gilinski esta jugada les debe generar una gran satisfacción, pues en la disputada postventa
del Banco de Colombia al GEA, se sintieron abusados, aunque lograron un acuerdo que dejó
insatisfechas a las dos partes. Los Gilinski vendieron el 51% del Banco al GEA -el control- y
conservaron unas acciones que sumaban más del 10% del nuevo banco que surgió
(Bancolombia) al fusionarlo con el BIC. Los USD$ 350 millones que pagó el GEA fue a través de
un crédito del JP Morgan al BIC, de manera que al fusionarse la deuda por la compra pasó a la
nueva entidad, donde los vendedores conservaban una parte. Es decir, los Gilinski como socios
del Bancolombia, pagaban una parte del crédito con el que les compraron el control. Pero lo
más grave fue que con semejante deuda el valor de la acción del nuevo Bancolombia se
desplomó y con este la utilidad que los Gilinski calcularon se evaporó. Veinte años después le
dan otra vuelta a la historia.
Lo que sigue tras el episodio para el estado es promover una mejor regulación de los fondos de
inversión y del ejercicio de los derechos de los socios minoritarios. Crear mecanismos que
generen la confianza inversionista para saber que al comprar acciones en bolsa se tiene algún
tipo de acción que evite los abusos de los mayoritarios, por descuido o por conveniencia, es
indispensable. Es posible que Colombia llegue tarde al capitalismo democrático y que el poder
oficial sea incapaz de poner freno a los excesos de liquidez que se siguen paseando por el
mundo en busca de nidos con padres que no saben cuidar bien sus huevitos. Pero al menos se
podría intentar.
Ramón Jimeno
Enero 23 de 2022