El “paraíso” del neoliberalismo

El Espectador

Esta nueva corriente comienza a despertar inquietud entre analistas del país, pues no encuentran que la teoría de Friedman pueda ser adaptada -sin causar graves traumatismos- a sociedades tercermundistas como la nuestra. Con ella, el Estado entrega gran parte de sus responsabilidades al sector privado y asume un papel pasivo.

“Las reformas políticas que carecen de eficacia económica siempre son frágiles”.
Michel Rocard

La crisis del socialismo soviético, justo cuando el capitalismo occidental entraba en la era del neoliberalismo, sorprendió a los pensadores y les permitió a los defensores del libre mercado a ultranza mostrarse como los triunfadores. En verdad, el socialismo se desmoronó solo, entre sus fronteras y sin violencia siquiera. Pero la propaganda anticomunista que caracterizó la Guerra Fría dio su zarpazo final para presentar el surgimiento del neoliberalismo como el triunfo del libre mercado sobre el socialismo.

En realidad, no ha habido batalla entre esos modelos, y la adopción creciente de las tesis de Milton Friedman y sus seguidores es un fenómeno inherente al desarrollo de las economías occidentales, tras la crisis del modelo corporativista y monopolista de la posguerra. Sin embargo, los medios de comunicación de la derecha registran los reajustes en Europa del Este dando a entender que el neoliberalismo es el responsable de la debacle del socialismo totalitario. En el fondo, lo que buscan es postergar el surgimiento de nuevas corrientes de pensamiento que balanceen los excesos del modelo que recorre la economía del mundo como el nuevo fantasma.

Pero el debate ya empieza. La recesión en Estados Unidos, en Inglaterra y en Francia ha mostrado que el neoliberalismo no es supertodo ni que sus más radicales impulsores lo fueron tanto. Los replanteamientos empiezan justo cuando las cifras de concentración de la riqueza y aumento de la pobreza empiezan a mostrar signos dramáticos en los países desarrollados. En los otros, como Venezuela y Chile, las tasas de crecimiento se exhiben con orgullo al lado de un acelerado deterioro social, con protestas y muertes públicas.

Al mismo tiempo, los intelectuales empiezan a sacudirse de los vicios de la izquierda fundamentalista que a nombre del socialismo o de la igualdad social retrasaron el desarrollo de las teorías sociales, y también se alejan del oportunismo de la derecha que todo lo macartizaba. Intelectuales como Paz, de México, o científicos como Maturana, de Chile, aportan al debate para demostrar que la historia no se ha acabado de escribir.

La sacra libertad

Lo más cierto del neoliberalismo es que ni es tan nuevo ni es tan liberal. Por el contrario, esa corriente económica se basa en un principio bastante conservador: el libre mercado. Sus promotores argumentan que la economía debe colocarse por fuera del alcance de cualquiera de los modelos intervencionistas con que el imperfecto ser humano quiere afectarla.

Así, de acuerdo con Milton Friedman, debe haber menos gobierno, es decir, menos impuestos, menos gastos y sobre todo menos regulaciones. Adiós a los subsidios. Viva la privatización. La competencia arregla todo. Y el Estado, mientras más chiquitico, mejor.

Por eso el Estado debe entregarle la mayoría de sus funciones y servicios a los particulares, que son quienes pueden llevarlos a su nivel de competencia. El pequeño Estado debe tener además restricciones constitucionales para impedirles a los gobiernos acudir a los inflacionarios déficit fiscales. Así mismo, entre sus responsabilidades está la de asumir radicales medidas antiinflacionarias.

Con el Estado reducido, además, se logra que los grupos sociales que insistan en llegar al poder para tratar de balancear las desigualdades sociales, creyéndose redentores capaces de distribuir mejor la riqueza entre la población de como lo haría el mercado, pierdan sus ilusiones: libre mercado=justicia social. Y punto.

Ese paquete, en su conjunto, traerá el gran desarrollo económico, y éste a su turno acercará la humanidad al paraíso terrenal que los estadistas vienen prometiendo desde Aristóteles y los economistas desde la II Guerra.

El Estado, de todas maneras, seguirá existiendo, porque desgraciadamente la sociedad sigue compuesta por humanos, y, como tales, imperfectos. Entonces en alguna medida desencaja con la perfección de las leyes del mercado, y alguien debe tratar de subsanar este defecto.

Por eso, la justicia o la Fuerza Pública no deben privatizarse y, por el contrario, son los sectores donde el neoliberalismo le da la bienvenida a los monopolios improductivos y en manos del Estado: el uso de la violencia y la aplicación de la ley.

De todas formas, estos servicios son mucho menos costosos y, sobre todo, menos violentos cuando están en manos del Estado que cuando lo están en las de los particulares. En Colombia no hace falta demostrarlo.

Nada que ver

El neoliberalismo se desarrolló a partir de la crisis en que entró el capitalismo corporativo que se impuso en la II Guerra Mundial. Surgió con fuerza porque los monopolios se volvieron improductivos y se convirtieron en un freno al desarrollo económico. Gracias a las regulaciones, los monopolios consolidaron ventajas por encima de las leyes del mercado, asentando privilegios a costa de la sociedad.

De allí que el neoliberalismo justifique “la intervención estatal para evadir o debilitar los monopolios privados”, dice el profesor Kalmanovitz. Por eso se desregulariza y se busca cambiar la situación donde hay concentración del poder económico, mediante la invitación a nuevos competidores al mercado, y por eso las políticas de apertura son inherentes al sistema.

El neoliberalismo es así una reacción al burocratizado sistema del intervencionismo de Estado, apelando a una nueva forma de liberalismo económico. Es el resultado natural tras la lucha entre el modelo de intervención corporativo y democrático, que se enfrentó en la II Guerra -aliado con el socialismo- al modelo corporativo del fascismo.

De allí surgió triunfante Keynes con las grandes corporaciones industriales, que junto con los sindicatos y los gobiernos llegaban a acuerdos para regular la economía. Por su lado, el socialismo intentó su modelo con los resultados que ya se conocen. Pero el capitalismo corporativo hizo, a su turno, crisis en Europa y en otros países como Argentina y Chile, donde la ausencia de competencia dadas las regulaciones llevó a sus economías al estancamiento, y con éste vino el surgimiento de las tesis neoliberales.

De Paz

En América Latina, Chile fue la vanguardia neoliberal, con un costo social elevado y bajo veinte años de dictadura, que desdicen uno de los supuestos del modelo: que la libertad de mercado acrecienta la libertad individual. México ha seguido el modelo con el éxito propio de su estratégica ubicación al lado de Estados Unidos. Pero el costo social sigue siendo una constante, y la confusión entre el manejo de lo público y lo privado tiende a generar nuevos privilegios disfrazados bajo las leyes del mercado.

Dado el costo social y el carácter inhumano con que los abanderados radicales del neoliberalismo lo impulsan, los críticos empiezan a proliferar, no para invitar al retorno de la vieja política intervencionista, sino para racionalizar el neoliberalismo y ajustarlo a las condiciones estructurales de cada país.

Entre los intelectuales que critican la ideologización del mercado se encuentra Octavio Paz, y así lo registra en un breve ensayo el venezolano Luis Montes: “El mercado es un mecanismo eficaz, pero como todos los mecanismos, no tiene conciencia ni tampoco misericordia. Hay que encontrar la manera de insertarlo en la sociedad para que sea expresión del pacto social y un instrumento de justicia y equidad”, escribió en La búsqueda del presente.

Y tal vez para que la derecha arrogante deje de citarlo mañosamente, continúa: “Las sociedades democráticas avanzadas han alcanzado una prosperidad envidiable; asimismo son islas de la abundancia en el océano de la miseria universal. El tema del mercado tiene una relación muy estrecha con el deterioro del medio ambiente. La contaminación no sólo infesta el aire, los ríos, los bosques sino las almas. Una sociedad poseída por el frenesí de producir más para consumir más tiende a convertir las ideas y las personas mismas en objeto de consumo”.

Y En la otra voz, el Nobel de Literatura remata: “desvanecidas las crueles utopías que han ensangrentado a nuestro siglo ha llegado, al fin, la hora de comenzar una reforma radical más sabia y humana de las sociedades capitalistas”.

Como Octavio Paz, hay centenares de voces que alertan sobre la necesidad de buscar el nuevo pensamiento político que sintetice la experiencia del socialismo con el liberalismo, las dos grandes corrientes políticas de la modernidad, para que se proyecte en una política económica para beneficio del conjunto de la sociedad. En particular, porque el súbito afán desarrollista, que se apoderó de muchos líderes latinoamericanos, presagia una profundización de las crisis sociales al lanzar a la competencia a sociedades que no han hecho la transición por el capitalismo corporativo y peor aún,

viven bajo un capitalismo medieval, con formas arcaicas en sus modelos de interrelación.

Privado, de privar

La derecha, en control de la propaganda de los grandes medios mundiales, también ha ocultado los problemas y el debate en el terreno de las privatizaciones. Montados sobre la certera argumentación de la ineficacia e ineficiencia del Estado para prestar los servicios más complejos o los más elementales, se impulsa la privatización general.

Pero en estos países de mercados estrechos, al privatizar lo que se puede estar haciendo es creando los monopolios privados que el neoliberalismo ataca, porque existen pocas posibilidades de que la competencia aparezca en sectores y territorios donde la competencia es un imposible.

En la venta de un banco oficial -el del Comercio- al sector privado, se vio cómo se repite la tendencia a la concentración, confirmando en ese caso que las pérdidas son públicas (del conjunto social) pero las utilidades privadas.

En últimas, si el proceso de privatización no viene acompañado de una ética clara, que se expresa en el impulso y la creación simultánea de la competencia, lo que se está haciendo es repartir el patrimonio público para consolidar monopolios privados. Ahora, por supuesto que cuando el empresario privado gana, toda la sociedad gana con él. En cambio, cuando la empresa pública pierde, toda la sociedad pierde. Pero cuando el empresario privado pierde, sólo pierde él. Así es que la privatización tiene sus ventajas, porque la responsabilidad de ganar o perder la corre el empresario privado y no la sociedad en su conjunto. Si quiebra, quiebra solo.

Pero a esta cualidad viene asociado otro principio, inherente a la privatización: el individuo es el responsable de su bienestar. Ni el Estado ni la sociedad son responsables por él. Así es que si no puede adquirir los servicios privados, de malas. Es la ética neoliberal. Por eso cuenta también con sus mecanismos alternos.

La justicia fuerte, autoritaria, ejemplarizante se encarga de una parte de los desórdenes. La nueva Fuerza Pública, con presupuestos redoblados, con nuevas armas, relegitimada, se encarga del resto. Es muy posible que, dentro de algunos años, más de los doce millones de colombianos que hoy viven en el incómodo estrato de la miseria se arrepientan de haber abrazado el nuevo sueño del paraíso terrenal que los seguidores criollos de Friedman construyen como la casa en el aire de Escalona para su Maye querida. Pero para eso está también la gran orquesta de los medios y éste es el paraíso. Sin embargo, el debate por lo público se tendrá que dar, porque de lo contrario habrá que reajustar la retórica presidencial para decir: “Compatriotas, pobre futuro”.

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