Lograr educación de calidad

Una gran parte de los estudiantes de las escuelas públicas de La Guajira, empezaron su año escolar 2014 en abril, tres meses después de lo previsto. ¿Qué hicieron esos millares de niños en ese período? ¿Trabajaron con sus padres recogiendo y alimentando las cabras? ¿Holgazanearon caminando por los arenales y inventándose juegos con el viento? ¿O estudiaron por su cuenta ayudados por sus padres? Ésta última es la que menos probabilidades tiene de haber ocurrido en la mayoría de los casos.

Y también hay que preguntarse lo mismo sobre los centenares de profesores vacantes durante esos tres meses: ¿Se dedicaron a preparar mejor sus clases? ¿Recibieron cursos y talleres de formación para elevar sus capacidades pedagógicas? ¿O más bien tuvieron que rebuscarse oportunidades en el mercado informal para compensar su falta de salarios? La última es la más acertada, sin duda.

Lo que ocurrió es que por factores no del todo desconocidos, el Departamento dejó de suscribir a tiempo los contratos con las empresas operadoras que proveen profesores – cuando los municipios no están certificados como aptos para proveer el servicio directamente, la responsabilidad recae sobre el Departamento que en muchos casos los terceriza. Como el Gobernador titular estaba en la cárcel y el interino lidiando con la particular clase política que heredó en la administración, la Ley de garantías entró en vigencia sin que se hubieran firmado los contratos. De esa manera, gran parte del sistema escolar guajiro dejó de funcionar en ese lapso. ¿Cómo ocurre semejante desastre sin que el gobierno local, el nacional, o las comunidades afectadas reaccionen y se tomen los correctivos?

Claro, La Guajira es un caso extremo de abandono del Estado central. Pero la baja prioridad de la educación para el Estado y la sociedad, permite y explica que ocurra un cierre del sistema educativo sin que a nadie le importe mucho y se espere con la paciencia de 100 años de soledad que las cosas vuelvan solas a su sitio. ¿Se imaginan ustedes lo que ocurriría si la Selección Colombia suspendiera sus entrenamientos porque ni técnicos ni jugadores tienen contratos? ¿Cuánto se demoraría el Presidente en ordenar la firma y asignar el presupuesto para los jugadores sigan pateando? ¿O las empresas privadas en ofrecer los recursos necesarios? Tal vez entre 1 y 10 minutos, una vez se inicie el gran despliegue mediático que significaría semejante tragedia nacional.

Los anteriores párrafos ilustran el estado del sistema educativo colombiano, y los factores que se conjugan para que cada vez que se presentan los resultados de las pruebas PISA (Programa para la Evaluación Internacional de Estudiantes, que adelanta la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico- OECD), el país se acerque más y más a los últimos lugares. En 2012 fueron tan malos los resultados que al menos se abrió un pequeño debate sobre qué se está haciendo mal y lo que se ha dejado de hacer. Pero el debate también es pobre y muy sesgado. Unos le atribuyen a un solo factor el problema, que es la falta de formación adecuada de los docentes.

Otros, al gobierno que sólo pensó en cobertura. Y así, cuando en realidad son por lo menos seis factores los que confluyen para llegar a un sistema educativo deficiente.

Ahora, que el país retroceda de manera sistemática en la enseñanza de matemáticas, lenguaje y ciencias, por supuesto es deprimente. Pero lo grave es que los estudiantes no adquieran las habilidades que necesitan para integrarse a un sistema social y económico productivo, en el que puedan hacer aportes para crecer ellos y la sociedad. Y grave es que la sociedad, el gobierno o siquiera el Congreso no reaccionen frente a los resultados, pues se condena a las nuevas generaciones a sobrevivir con habilidades básicas en los eslabones menores del sistema productivo y social, reproduciendo la pobreza y la desigualdad.

Brasil, México, Polonia, Turquía, son ejemplos de países, en que una vez se prendieron las alarmas de la pésima calidad educativa por los resultados PISA, se comprometieron con ajustes que hoy muestran resultados que contrastan con el retroceso de Colombia. Muchos de los actores del sistema argumentan que sí se actúa y que los resultados se verán en el futuro. Pero los estudios de PISA muestran que los factores que afectan la calidad de la educación no se están atacando en el país.

Por ejemplo, se privilegió cobertura sobre calidad. Un buen esfuerzo, sin duda, y necesario. Pero no se tomaron los pasos complementarios, como preparar a los profesores para pasar de manejar salones de 30 muchachos a 40 o más. Preparación que debió incluir un significativo aumento de los salarios a los profesores, como lo sugieren los estudios PISA, y como es lógico en cualquier sistema donde se aumente la carga de semejante manera. Los profesores necesitan por los menos un estímulo salarial para asumir un 30% más de su carga laboral. De lo contrario, el sistema de masificación que es necesario, produce resultados indeseables, que es reproducir el estancamiento de los estudiantes de las capas sociales más bajas que no tienen acceso a colegios privados donde sí se pueden restringir los cupos por salón y pagar mejor a los profesores -aunque no mucho mejor.

Otro factor es el ejemplo de la Selección Colombia. Es imposible esperar que el país reaccione con la misma diligencia que lo hace frente a sus eventos y líderes deportivos, frente a la tragedia del sistema educativo. Es una perfecta ilustración del esquema de valores de la sociedad: es vital que los jugadores y técnicos de la Selección cuenten con las mejores condiciones para entrenar y desempeñarse lo mejor posible en el Mundial, pero es indiferente que miles de niños se queden sin clases y centenares de profesores sin salarios durante meses. Mientras la educación no suba en la escala de valores nacionales, es poco lo que se puede hacer.

Aún hay más factores que se pasan por alto y que son difíciles de asumir y superar. En la mayor parte el sistema educativo público del país, la intensidad horaria semanal es de 20 horas, es decir los estudiantes van a clase media jornada, 4 horas diarias, cuando lo mínimo recomendable para adquirir los conocimientos y habilidades que los formen, es de 40 horas a la semana. Es natural que recibiendo la mitad de las clases que sus pares en países semejantes, los estudiantes colombianos registren los peores índices de calidad. Pero duplicar la jornada, implica duplicar los salones, las escuelas y los profesores. Un gran compromiso presupuestal que el Estado no está en capacidad política de asumir por ahora. Es de resaltar, que aun así, hay un número importante de colegios y estudiantes del sistema público e incluso instituciones, con desempeños sobresalientes. Pero siguen siendo casos aislados…

Por último, aunque hay más factores, se encuentra el tema de la inequidad en la educación. Las élites colombianas reciben educación de alta calidad, mientras los sectores medios y populares reciben educación de baja calidad. En los países desarrollados y en proceso de superación, la educación “democrática” o igual para todos es un factor que lleva a la nivelación hacia arriba. En la medida en que todos los estudiantes tengan acceso a las mismas oportunidades y calidades educativas, la tendencia es a reducir las diferencias sociales y económicas, pues se les permite a los estudiantes de menores ingresos, competir con los de mayores ingresos por sus habilidades de conocimiento sin ser discriminados por su origen socioeconómico.

Ramón Jimeno

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