¡No sea mula…!

El juez se dirigió a él primero con una mirada fría y calculada de reproche. En seguida hizo un gesto de resignación, carraspeó y sentenció: “Usted ha cometido un delito grave. Ha faltado a normas elementales de convivencia. Ha abusado de su posición. Haber violado a tres mujeres podría significarle 15 años de condena. Ahora, considerando que usted tiene una personalidad infantil, lo condeno a un centro de reeducación durante dos años, al término del cual se evaluará su progreso”. Luego alzó la mirada y dijo: “El próximo caso”.

Los abogados y funcionarios del violador se cruzaron con los del siguiente acusado, un colombiano de 22 años, estudiante de la Universidad Externado de Colombia, capturado en el aeropuerto Heathrow de Londres con 300 gramos. Se había declarado culpable, porque así se lo recomendó el abogado que defiende a la mayoría de los nacionales que caen. Al hacerlo, tenía la posibilidad de reducir su condena si el juez llegara a compadecerse, y creía haberlo logrado después de haber expuesto las circunstancias familiares. Si en el proceso anterior el juez fue condescendiente con un maniático sexual, ¿por qué habría de ser rígido con un simple transportador de una mercancía? Además, su abogado tenía la esperanza -dada su experiencia- de lograr ahora sí una sentencia que mandara al traste a la Doctrina Arana.

Mientras el juez revisaba el caso, el acusado le repitió al funcionario consular cómo había caído en la tentación de ganarse unos 5.000 dólares. Como ya lo había dicho en la confesión, la primera vez que pasó lo hizo sólo con 250 gramos. No tuvo ningún problema, aunque sí un gran susto que lo llevó a jurar nunca volver a hacerlo. Pero sus padres se separaron, y él tomó el partido de la mamá que, sin dinero, sin formación y sin trabajo se veía imposibilitada de pagarle la matrícula universitaria. El orgullo pudo más, y antes que recurrir de rodillas ante su padre prefirió acudir al contacto mediante el cual dos años antes había llegado a engullirse los pequeños paqueticos. “Ah… esta vez puede subir la dosis”, fue lo primero que le dijo. En efecto, fue mucho más fácil y menos incómodo. El pasaje le llegó perfecto y las maletas sencillas. En el mostrador del aeropuerto le pareció que la señorita revisó demasiado tiempo el pasaje y sus documentos, y no le gustó que cuando le pidió una silla adelante y en la ventanilla, le diera otra atrás cerca del área de servicios y hacia el pasillo. No le importó, ni peleó. No sólo para no llamar la atención sino porque la nueva metodología de transporte recomienda revolver la comida y, si es posible, echarla a la bolsa de mareo y luego en el sanitario. Todo el mundo sabe que los primeros sospechosos que reportan las aerolíneas son quienes no han probado comida durante las 10 horas de vuelo. Y ya todo el mundo sabe que agentes de Scotland Yard trabajan desde las empresas aéreas para detectar de antemano a los transportadores. Por eso hay que tener cuidado de no sentarse donde lo puedan observar demasiado. Lo que no sabía el acusado es que Scotland Yard también ha dado instrucciones muy precisas a la compañía aérea, como por ejemplo revisar si el tiquete fue pagado en efectivo. Y segunda, fijarse en qué agencia de viajes fue comprado el pasaje. Detectado el sospechoso, en el mostrador las empleadas lo deben ubicar en puestos prefijados, así las azafatas saben cuáles sonlos pasajeros sobre los cuales tienen que dar reporte. Si comió o no, si se movía demasiado, si durmió.

El barrister (un intermediario ante el juez que debe vestirse con peluca y bata negra) ha entrado. El juez está listo y entre los dos comentan algo. El acusado aprovecha para agregar lo que ahora, en su detención, sabe. Que en muchos casos es tan evidente la condición de la mula, que pareciera que fueran enviados más bien como señuelos.

Entonces explica que en varios casos han detectado maletas con 25 kilos, al tiempo que en el avión se han delatado dos o tres mulas a las que los agentes de aduana les dedican su esfuerzo. El pez gordo pasa tranquilo y el transportador de 300 gramos es apresado. A veces también caen los gordos. Pero las diferencias son abismales. En primer lugar porque en vez del abogado de siempre que viste el mismo traje brillante que ha gastado durante años en su oficina oscura de puertas chirreantes, al acusado lo representa uno de los mejores bufetes de la ciudad. Al menos de los más costosos, de los que puedan elaborar y hacer creíble una defensa.

Uno de estos casos fue el de una muchacha joven, de quien otro colombiano capturado aseguró que era la amante de uno de los duros de Cali y jefe de la red local de Londres. Sus abogados le recomendaron declararse non guilty (inocente), después de que en una maleta con su registro numérico hallaron los 25 de rigor. En este caso, en vez de ser una decisión del juez, se presenta un verdadero juicio en el que se nombra un jurado popular, responsable de dar el veredicto. Es por lo menos factible conmoverlos con argumentos más emocionales que jurídicos, rompiendo la inmunidad de la Doctrina Arana. Que es una madre en busca del hijo que su marido le robó y se llevó a Europa; que la utilizaron en su desesperación. La mujer es inocente. Pero el universitario acusado tiene sólo al abogado que repite la defensa cambiando el nombre del acusado, pronunciándolo mal y a veces equivocándolo con el de su caso anterior.

El joven acusado se considera con suerte. Al menos tiene estudios universitarios, comparándose con otros muchachos que vienen de Armenia o del Valle que fueron presentados por el tendero de la esquina que se enteró por el aumento de las fiadas de la crisis económica del vecino. No saben lo que es salir del país y ni siquiera lo que es mostrar el pasaporte verde, confundiéndolos con la idea de los verdes que ganarán para resolver todos, todos sus problemas.

Y zas: 5 u 8 años. El juez levanta la vista. Estudia al joven, va a dictar sentencia. Sin ir muy lejos y casi sin rodeos, cita la doctrina Arana y se la recuerda al estudiante. Como en Colombia no se aplica justicia contra los narcotraficantes, los jueces ingleses se ven en la obligación de dictar sentencias ejemplarizantes contra los colombianos que tratan de corromper y dañar los cerebros de los habitantes de la Corona. Es una conspiración contra la corona inglesa, contra sus soberanos, el importar mercancías que envenenan a sus naturales con el bajo fin del lucro. Colombianos como él, debe haber cientos de miles. Si es blando, será un estímulo para que vengan al Reino de su Majestad, ya no con 300 gramos sino con 300 kilos. La condena, de acuerdo con la Doctrina Arana, se ha fijado según el valor en la calle de los 550 gramos, ya que el acusado confesó ser reincidente y declaró la cantidad que contrabandeó la primera vez. El valor aproximado es de 10.000 liras esterlinas y por este delito lo sentencia a 8 años de prisión, al cabo de los cuales será deportado a su país, donde el juez espera que su caso sea divulgado para que jóvenes como él no se animen a hacer lo mismo. El externadista llora y reniega e insulta al juez, recordándole en español cómo juzgó al violador inglés. “Pero usted es colombiano, señor”.

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