¡Que empiece el debate!

De siete u ocho listas nacionales saldrán unos 50 constituyentes, la mayoría de ellos provenientes de la derecha o de la nueva derecha y del populismo; las ideas progresistas serán escasas, mientras la vieja izquierda apenas logra uno o dos representantes. Los otros 20 constituyentes se disputarán por residuo entre 110 listas con una gama de militares retirados, brujas, escritores, parientes de líderes asesinados, abogados con visos de constitucionalistas, testaferros electorales, indígenas, viejos burócratas desubicados, anticuados editorialistas o promisorios ecologistas. Mujeres, serán electas dos o tres. En resumen, el país tendrá una macha Asamblea Constituyente, dominada por la tradicional derecha y la confusa mezcla del populismo oficialista de Navarro.

La elección de hoy plasma un realineamiento de las fuerzas políticas y un rebalanceo de los poderes que se proyectarán en febrero en los debates y -eventualmente- en los resultados. Las corrientes del viejo país bipartidista se enfrentarán a las fracciones del nuevo bipartidismo, a las de los independientes y a las populistas, en un terreno en donde no hay reglas claras y en el que el gobierno tratará de manipular, a través de cualquiera de las vertientes a su servicio, para imponer sus propias reflexiones.

Después de este domingo se podrá medir si valió la pena desbordar el actual orden constitucional y si de verdad se van a incorporar nuevas fuerzas al nuevo Estado modelo 1991. O si apenas se repetirán los debates de los antiguos protagonistas en defensa de lo que hicieron, frente a la aparentemente renovadora fuerza del Eme. En ese escenario, sin ninguna fuerza con capacidad de imponerse sin alianzas ni concesiones, los independientes pueden ser la carta que defina los debates, más por intereses y componendas que por principios.

Los proyectos de proyectos

La Asamblea busca la renovación del Estado para permitirle afianzar el control social y someter a los que se mantienen por fuera de la ley logrando paz, orden, libertad y justicia. Si se dan esas condiciones se espera que Colombia pueda dar el salto hacia el desarrollo. Pero no existe aún un proyecto integral por parte de ninguno de los candidatos, donde se plantee la esencia y los principios que regirán el nuevo Estado para que ahora sí cumpla su función de ordenador social. Lo más coherente -y tal vez lo único- han sido los planteamientos del ex presidente López Michelsen, parcialmente recogidos por Jaime Castro, y que son más un ajuste a la actual Constitución que una propuesta de nuevo orden.

La crítica que tanto se ha hecho a la forma como se hizo la convocatoria tiene plena validez; no parece haber una fuerza dominante capaz de sacar adelante un proyecto. El Eme puede ser una fuerza electoral mayoritaria con una alta representación, pero detrás no hay un proyecto político ni inspiración doctrinaria; y es notorio que entre la mayoría de los 25 posibles elegidos no existe coherencia.

Son más homogéneos ideológicamente los candidatos de las otras 15 listas bipartidistas que obtendrán entre todas un 40 por ciento de las curules. El bolígrafo de Navarro funcionó con el criterio turbayista de los 80. Prefirió darle cabida a cualquier sector de presencia nacional, en sacrificio de encontrar ciudadanos altamente calificados.

El sancocho de Navarro es entendible. En su afán por volverse moderado, se encontró con que ningún moderado de peso aceptaba formar parte de su lista. Ni García Márquez. Ni Juan Manuel Ospina, que prefirió a Colcultura. Le tocó acudir a dos pesos moscas del bipartidismo. Ossa y Leyva. Y al fácil recurso populista: entre Lucho Herrera y Maturana, pues Maturana, que por lo menos ya tuvo experiencia manejando una selección nacional con la cabeza.

El principal mérito político de Navarro es que derrotará a viejos dirigentes del establecimiento, como Misael Pastrana. Para muchos, es la revancha de la historia. El Eme, hijo por parte de padre de la Anapo, se desquitará de las elecciones del 19 de abril de 1970, cuando Pastrana derrotó sospechosamente al general Rojas. Lo preocupante es que la nueva fuerza se parezca a ésta por su ineptitud. Pero si no es la única nueva fuerza que va a participar en la constituyente, ¿cuál será la que liderará y aportará los elementos sustanciales de la reforma?

Los regeneradores

La nueva generación liberal, encabezada por Horacio Serpa y Jaime Castro, reposada y curtida en el otro lado de la violencia, tiene en sus manos una difícil tarea. Rodeados de un partido atomizado ideológicamente, los dos dirigentes asumen el reto de nutrir de ideas a sus copartidarios para ganar el debate de la modernidad. Pero es evidente que si Lemos y los sectores afines se radicalizan ante sus propuestas, una alianza con el Eme -o con sectores de éste- es viable.

Jaime Castro tiene elaborado un claro proyecto de orden constitucional que ya aplicó parcialmente en la Administración Betancur, cuando propuso y tramitó con éxito la reforma municipal, la descentralización administrativa y tributaria y la elección popular de alcaldes. Y si bien Serpa se nutre más en el populismo de Estado que ejerce su jefe Ernesto Samper, los dos representan la nueva versión del liberalismo, el partido que después de Gaviria y la Constituyente tienen que reconstruir si quieren que siga siendo alternativa de poder.

El reto de la nueva generación es regenerar al liberalismo, tan fragmentado como el conservatismo. Pero la amenaza ante un creciente populismo, que vuelve a hacer exitosa carrera bajo nuevas formas en América Latina, puede poner en aprietos la continuidad del monopolio bipartidista. Para el electorado de los 90, la incapacidad de la clase dirigente no está para nada desligada de la incapacidad del Partido Liberal y del Social Conservador; y ante la insurgencia de una alternativa que no ha tenido compromisos en la administración del Estado -el Eme- y que representa, aun sin serlo, la oposición, el peligro para las dos colectividades de verse frente a otro 19 de abril, debe preocuparles. El reto de los Lloredas, Serpas y Castros es demostrar – mientras tengan escenario- que pueden hacerlo mejor de como lo harán en el poder los que nunca lo han tenido.

Los de afuera por dentro

Pero hay otros factores preocupantes. Las dos fuerzas desestabilizadoras que crearon al principio la necesidad del nuevo orden constitucional, que empezó a debatirse a raíz del asesinato del procurador Carlos Mauro Hoyos, estarán por fuera sin que hayan sido derrotadas: los narcos politizados y la guerrilla. En forma abierta no hay ningún candidato de los carteles: sólo tres ciudadanos con opción representan, en alguna medida, al Cartel de Cali.

Del de Medellín no se conoce candidato con vocería, aunque tampoco lo necesitarán ya que se negocia a marchas forzadas una variante de amnistía, a partir del secuestro. Si el gobierno Gaviria, que ejerce el poder bajo un particular estilo de imposiciones sin buscar consensos, logra eliminar el factor desestabilizador narco antes de iniciar deliberaciones la Asamblea, al menos este cuerpo podrá ocuparse sin esta presión de la búsqueda del nuevo orden.

Aunque queden por fuera como gremio, los motivos de enfrentamientos estarán subsanados: la extradición y la reinserción en la sociedad civil sin sanciones. Entrarán a ser ciudadanos comunes -acogidos a la otra Constitución- y lo único que los diferenciará del resto de colombianos es que estarán unos cuantos miles de millones por encima de los más ricos. Pero esto no es delito.

Los de adentro por fuera

Ni a las Farc ni al ELN -que suman cerca de 7.000 hombres en armas en sesenta frentes en el interior del país, que obligan a mantener un elevado pie de fuerza y un alto presupuesto de seguridad y que impiden el desarrollo en amplias zonas- se les permitirá acceder, ni con voz. Si uno de los fines de la Asamblea es reconciliar el país, el esfuerzo por oír e intentar una negociación no sobra. Si las Farc o los elenos no tienen propuestas atractivas, ¿no sería más fácil que lo comprobaran en la Asamblea? ¿Por qué no intentar lo que se hizo con una fuerza militarmente derrotada como lo era el M-19?

Parece difícil que esas guerrillas se acojan a última hora a las condiciones que la Consejería Presidencial de Paz les exige: la desmovilización. En especial porque la CNG no ha sido derrotada, y seguirá siendo un factor desestabilizante, a pesar del nuevo orden constitucional. Si se negocia con los narcos y con un sector de la guerrilla, es inconsistente no hacerlo con la otra guerrilla, a las puertas de la Constituyente. Persiste en el bando oficial y en la subversión la creencia elemental de que el único factor que desencadenará negociaciones es la capacidad de ofensiva militar.

Con esos ausentes, la Constituyente debe ocuparse de crearle mecanismos eficientes al aparato de seguridad nacional. Pero la nutrida presencia que tendrá el Eme será un factor obviamente negativo en la búsqueda de esa solución, y más bien se puede pensar que el poder y el aparato represivo colombiano saldrán debilitados en la nueva Constitución.

En cambio es muy posible que hoy suceda algo que generará largos y preocupantes debates. La votación difícilmente superará los 5 millones, lo que le dará un mandato restringido a la Asamblea, ya que 8 millones de electores escogieron en marzo a sus parlamentarios. ¿Por qué habrán de ser más representativos cinco millones que ocho?

Con la eventual convocatoria a un referéndum se pretende subsanar el problema de la legitimidad. En esa otra elección, que tendrá lugar en 1991 -si alguno de los constituyentes logra convocarla legítimamente-, por lo menos la mitad de esos electores, es decir, 7 millones de colombianos, deberán votar Sí para que entre en vigencia. Pero si votan No, sigue rigiendo la actual Constitución de 1886. En este marco, el país habrá hecho uno de sus más largos ejercicios de tolerancia democrática, con un récord de 4 elecciones en dos años y un gasto de $50 mil millones. Y nada habrá cambiado. Las fuerzas políticas comprometidas en la Constituyente tienen ante sí un compromiso mayor: no dejar que se deshoje el descuadernado país.

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