“Fast Food” politiks
Al empezar la década de los ochenta en Estados Unidos, los grupos no oficiales que seguían los acontecimientos políticos latinoamericanos eran pocos: El Concilio de Asuntos Hemisféricos (Coha), Wola (Oficina de Washington para Latinoamérica, secciones del Instituto de Estudios Políticos (IPS), el Congreso Norteamericano para América Latina (Nacla), y los Grupos Religiosos de Acción. Luego vino el triunfo del movimiento sandinista, el avance del salvadoreño, al tiempo que nuevas organizaciones aparecieron para estimular la democracia en Latinoamérica, y que la derecha elaboraba nuevos esquemas políticos para enfrentar la situación.
Los dos partidos dominantes en la política del ‘imperio del norte’ empezaron a replantear sus esquemas hacia Latinoamérica cuando los regímenes modelos en el hemisferio empezaron a fallarles y sobre todo a presentarles problemas frente a sus otros aliados (Europa), y su confrontación frente a la Unión Soviética. Empezó a parecerles que las tenebrosas dictaduras ‘amigas’ invitaban a la creación de movimientos de liberación siguiendo los ejemplos más a mano, y donde podrían encontrar algún tipo de apoyo.
Si bien bajo republicanos y demócratas se aplicó la táctica de eliminar físicamente a la oposición (Brasil, Chile, Uruguay, Argentina y Centroamérica…) el esquema empezó a resultarles incómodo, algunas veces por las exageraciones de sus gestionarios como en el caso de Argentina y El Salvador, y otras porque definitivamente (¡Y al fin!) estaban aprendiendo que por ahí no es la solución.
Las republicanos, preocupados en sus problemas asiáticos hasta la pérdida del Vietnam, sólo miraban a Latinoamérica para organizar el golpe militar o la operación terrorista necesaria para neutralizar las crisis que se presagiaban. Un partido creado y mantenido por los grandes capitalistas norteamericanos y las corporaciones más poderosas, no podía andar reparando en los problemas internos de cada nación- satélite. Un esquema general que garantice sus intereses y… that’s it.
Los demócratas en 1976, al recuperar el poder por primera vez desde 1968 precedidos por la crisis nacional de Watergate y Vietnam, trataron de iniciar una nueva era en las relaciones políticas internacionales, donde Latinoamérica sería una muestra. La administración desestimularía las dictaduras, e impulsaría los cambios moderados sin afectar el objetivo estratégico norteamericano, que es el mismo en ambos partidos: impedir la instauración de regímenes prosoviéticos en el hemisferio.
Brasil inició en esa época su “apertura democrática”; las relaciones con Argentina y Chile se enfriaron; Torrijos ofreció elecciones y obtuvo los nuevos tratados; Somoza fue parcialmente bloqueado; las ventas de armas se hicieron selectivas, excluyendo a Guatemala y otras viejas dictaduras amigas…
La reacción de los republicanos se dirigió inicialmente a protestar por este embargo contra los regímenes que ellos ayudaron a imponer en Chile, Argentina, Bolivia…; a quejarse por los nuevos tratados con Panamá; a protestar por las conversaciones con Cuba tendientes a normalizar relaciones… Su campaña se centró en augurar tiempos grises para los intereses nacionales de su país en la región. Sus ideólogos, reforzados con miembros demócratas decepcionados de Carter, y colocados a la defensiva elaboraron una nueva teoría que pusieron a la venta en el supermercado de ideas políticas: para la seguridad nacional norteamericana es mejor tener regímenes autoritarios. La historia de la política exterior hacia Latinoamérica, la idiosincracia y la pobreza de estas naciones, las hace presas fáciles de los movimientos de liberación ‘apoyados por la Unión Soviética y Cuba’. Las violaciones a los derechos humanos en un régimen totalitario serían peores de las que puedan ocurrir en un régimen ‘autoritario’. En conclusión, se deben estimular los procesos democráticos en cada país, pero mientras esto se logra hay que defender a los países aliados frente al totalitarismo prosoviético.
Los republicanos contaron a su favor con la ‘pérdida’ de Irán, y el triunfo sandinista. Más pragmáticos que los idealistas demócratas, se encargaron, una vez en el poder, de demostrarle a la opinión pública norteamericana, que la democracia en Latinoamérica no se lograba abandonando a ‘sus amigos’, porque inmediatamente el enemigo soviético ocuparía su lugar. Nicaragua era la prueba, y la ofensiva de la guerrilla salvadoreña (79-80) estaba corroborándolo. La casa publicitaria Reagan-Haig se dio a la tarea de encontrar o fabricar pruebas para demostrar que los sandinistas no eran “una tercera vía” como había creído Carter, y que el FMLN-FDR estaba armado, financiado y organizado por Cuba y la Unión Soviética. ¿Dónde quedarían los intereses vitales de los Estados Unidos, si en el hemisferio se establecían más “colonias soviéticas”?
Por supuesto, el análisis republicano es más un desanálisis logrado sobre una gigantesca campaña de desinformación en lo cual son especialistas muchos de los colaboradores de Reagan. Pero está basado sobre un principio que siempre han aplicado: no correr riesgos. Y una de las ventajas estratégicas militares de Estados Unidos frente a la Unión Soviética, es que ésta no tiene dónde instalar misiles y armas atómicas permanentes en sus fronteras, como sí lo han hecho Europa y Estados Unidos a través de la Nato contra Rusia (Cuba por los tratados de 1962, no puede hacerlo). No quieren correr el riesgo –por hipotético que sea– de que nuevos regímenes regionales les alteren su estrategia militar frente a los soviéticos. That’s it. Ellos no tienen tiempo para sentarse a discutir con Torrijos y descubrir si los va a traicionar o no. No tienen intenciones de esperar a ver hasta dónde llegan los sandinistas en su relación con los soviéticos. No tuvieron tiempo tampoco de dejar prosperar las tesis de Roldós. Los riesgos los han ido eliminando…
La formulación republicana ha sido aplicada coherentemente durante los tres años y medio de la administración Reagan. La máxima concreción es el Plan Kissinger cuya única novedad es que los republicanos aceptan la necesidad de impulsar la evolución de sus dictaduras amigas hacia regímenes democráticos… o que al menos lo aparenten para así justificar su intervención. El factor militar sigue intacto como mecanismo esencial.
Pero hay algo que de todas formas ha impedido la aplicación cabal de esa nueva tesis. Los grupos de presión alrededor de la región, junto con las redes de solidaridad, se han encargado de mostrarle a los sectores de la opinión pública a su alcance errático de esa política.
Estaban frescas todavía en los primeros años de la era Reagan las ‘atrocidades’ cometidas por sus ‘mejores aliados’. “Missing”, la película de Costa-Gavras sobre un joven norteamericano asesinado durante el golpe de Pinochet, causó casi una conmoción interna. Se revivió el asesinato del general chileno Orlando Letelier en Washington, y rápidamente se relacionó con el crimen del periodista a sangre fría por la Guardia somocista, y el de las cuatro religiosas en El Salvador. Los grupos opuestos a la definida política de Reagan aprovecharon bien la circunstancias para ponerla en tela de juicio frente a la opinión pública, agregándole otro argumento: ¿Estarían los Estados Unidos apoyando nuevamente una sangrienta dictadura que asesina incluso norteamericanos, al tiempo que se involucran en un nuevo Vietnam, con la excusa de combatir el comunismo?
La reacción política en contra de la administración sorprendió a los republicanos, obligándolos a bajar el ritmo. El Congreso limitó el monto de la ayuda militar, y las permanentes operaciones militares han sido cuidadosamente vigiladas por la prensa. Los cambios se sintieron: de Haig a Shultz; de Enders a Motley, pasando por el ‘enviado especial’ a la región. Los ideólogos tuvieron que volver a sus plumas: “No, Centroamérica no es un nuevo Vietnam… ya aprendimos la lección. Ahora sí podemos triunfar”, argumentaron en decenas de artículos. “Hay grandes diferencias estratégicas y tácticas en lo militar y lo político. ¿Cuál de nuestros aliados nos va a creer si no somos capaces de detener el ‘comunismo’ en nuestro backyard?” “No es lo mismo sostener una guerra en Vietnam a 4000 millas de distancia, que una en El Salvador que está sólo a 400 …” Y así.
Esta contracampaña buscó o inventó argumentos en los sandinistas que ya se habían consolidado en el poder. Cuando algunos miembros empezaron a salir de la Junta de gobierno, los republicanos satisfechos empezaron a justificar así su afirmación de que se trataba de un nuevo régimen ‘marxista leninista pro-soviético-cubano’, por supuesto “totalitario”. Acto, seguido los acusó de ser ‘explotadores de revolución’ de armar al movimiento guerrillero salvadoreño. ¿Pruebas? El efecto se creó y la política siguió su curso.
Hoy, tres años después del ejercicio de esta política, los republicanos han iniciado su ofensiva electoral mostrando los resultados en la región: la guerrilla salvadoreña ‘está detenida’, mientras la democracia se consolida con la elección de Napoleón Duarte; la justicia civil comienza a aplicarse con el proceso a los asesinos materiales de las cuatro monjas; Cuba está amedrentada después de la invasión a Granada; y la invasión a este último país mostró que la administración no ‘va a permitir regímenes prosoviéticos en la región’.
¿Consume la población estos argumentos? No del todo; así lo muestran las encuestas. Desde el inicio de la administración se consolidó la oposición a su política en la región y desde entonces el comportamiento de la opinión pública ha sido estable. A pesar de los esfuerzos publicitarios de Reagan por demostrarle a los norteamericanos que los “intereses vitales de los Estados Unidos están en peligro en Centroamérica”, la gente no se convence de esto. La oposición interna continúa, hasta el punto de que el Senado – controlado por los republicanos– rechazó la nueva ayuda de 21 millones de dólares para los contras. Nadie cree que realmente esté avanzando la democracia, y por el contrario continúa vigente el temor de un nuevo Vietnam.
¿Por qué ha sido tan difícil para los republicanos vender esa política? ¿Por qué no tiene credibilidad el presidente en este tema? Es a veces sorprendente ver cómo esta democracia que funciona mercadeando su ideología en cápsulas comerciales tipo fast- food, de pronto se encuentre sin consumidores suficientes a pesar de la gran campaña.
Y no son los demócratas los responsables de la oposición; por el contrario, han sido muy cuidadosos de interferir temerosos de que la administración los acuse de estar apoyando el surgimiento de nuevos países comunistas. Son básicamente otras expresiones políticas las que han sido eficaces aunque algunas iniciativas en términos prácticos han sido inoperantes. Pero hay un continuum de protestas: Contadora, la social democracia europea… el ‘lobby’ de Washington sobre Latinoamérica, las crecientes redes de solidaridad con Nicaragua y El Salvador, la presión internacional, las visitas de Mitterand y De la Madrid con sus discursos críticos, columnas de oposición en los principales diarios…
Todo un ambiente de oposición palpable que se ha mantenido constante desde la conformación de los contras por la CIA, hasta el Plan de la Comisión Kissinger y las ‘operaciones militares’. No ha habido una sola acción de la administración que no haya sido ‘descubierta’ y rebatida por la misma oposición norteamericana. No han valido las sesiones secretas del Comité de Inteligencia del Senado; no han valido las nuevas sanciones a los funcionarios que revelen documentos secretos; no se le cree al Pentágono el carácter temporal de las instalaciones militares en Honduras… Cada año, la aprobación del presupuesto para la región se ha convertido en un debate nacional… No ha habido flanco por donde no haya contra atacado la oposición.
Consistentemente, el lobby y las redes de solidaridad han venido demostrándole a la opinión pública que los problemas centroamericanos no encajan dentro de la paranoica óptica de la confrontación Este-Oeste. El pueblo norteamericano en asuntos internacionales, es cierto, está muy desinformado. Pero tiene al mismo tiempo una característica: No acepta mentiras. Y el presidente Reagan ha mentido reiteradamente sobre Centroamérica. La opinión pública lo sabe. Y aunque no quiere regímenes comunistas en Centroamérica, no acepta las fabricaciones de Reagan.
Esto no quiere decir que los republicanos hayan bajado la guardia. Han disminuido el ritmo de sus acciones y han cambiado de táctica como corresponde para un año electoral (Reagan nunca se imaginó que la resolución de la crisis centroamericana se prolongara los cuatro años de su gobierno). Ahora están empeñados en mostrar los ‘avances’ de la democracia en El Salvador. El Congreso ya cedió: tras la publicitada visita de Duarte, aprobó el paquete de ayuda económica y militar que estaba pendiente. Si pudieron construir una Corea del Sur para presentarle al mundo asiático la antítesis del comunismo, ¿por qué no pueden hacer lo mismo en El Salvador para presentárselo a los nicas?… piensan los republicanos.
En Nicaragua, el inicio de conversaciones, tras cuatro años de bloqueo económico y militar, es otro síntoma de la debilidad política de la administración. Si bien es obvio que se trata de una jugada electoral, hay que ver su origen en la necesidad de venderle al público norteamericano la apariencia de una nueva actitud ante el problema, aunque no la haya. El asunto de las negociaciones directas es claro para la administración Reagan, y se puede inscribir bajo el mismo paquete de la ‘reunión con Chenenko’ (Reagan es el primer presidente de Estados Unidos desde hace 50 años, que no se reúne con el líder soviético). Los republicanos no confían ni aceptan a los sandinistas, porque para ellos son comunistas aliados de la Unión Soviética y Cuba. Sólo la apertura política donde puedan participar fuerzas de confianza de la Casa Blanca sería aceptable. Pero esto no es aceptable para los sandinistas… Esto lo entienden los analistas, pero no la mayoría del electorado en este país.
No hay que equivocarse sobre la nueva política republicana hacia Centroamérica por lo que su primera etapa militarista implica. Los republicanos tienen claro, definido y elaborado un programa militar, político y económico (en este orden) para Centroamérica y el Caribe. Lo están ejecutando paso a paso, y hasta ahora han sorteado los obstáculos políticos internos e internacionales que se les han presentado, aunque se han visto obligados a bajar el ritmo de sus acciones.
Si Reagan es reelegido, la región seguirá enfrentada no sólo a las definiciones militares que se han propuesto sino a los programas subsiguientes de recuperación. Su reelección implica la continuidad de la actual política hacia Centroamérica, y aunque la oposición a ésta se haya consolidado más, los cuatro años de poder están garantizados. En el peor de los casos, el señor George Bush puede reemplazar al benémerito Reagan, quien se lo agradecería habida cuenta de su edad. That’s it?