La “doctrina americana de la legitimidad”, de Jeane Kirkpatrick: intervenir, un derecho superior de E.U.
El Espectador, Magazín Dominical
Mientras elabora sus tesis, Jeane Kirkpatrick actúa acorde con sus planteamientos. Abiertamente dona sumas moderadas de dinero para la lucha de los contras, mantiene buenas relaciones con los dirigentes de estos grupos, y sus ganas de participar activamente son tales que llega a situaciones truculentas. Hace algunos días decidió donar la suma que su gatico se ganó por posar para ser Mister September en un almanaque de alimentos para felinos.
Pero ése es sólo un gesto. Kirkpatrick juega ahora un papel más definido como ideóloga republicana. No sólo aspira a ser candidata a la vicepresidencia por este partido en 1988, luego de haber abandonado formalmente las filas demócratas, sino que piensa lograrlo de una manera muy especial: quiere ser la figura central en la cruzada para justificar teóricamente la nueva política de intervención de Estados Unidos en el Tercer Mundo.
No hay que alarmarse (¿o alegrarse?). No es propiamente que Estados Unidos haya decidido liderar el cambio social en los países bajo su esfera de influencia. No veremos surgir una guerrilla en Chile para forzar a Pinochet a hacer elecciones. Ni mucho menos promoverá la Kirkpatrick multimillonarias cenas en Washington para recolectar dineros para la lucha del M-19. Se trata del apoyo selectivo a “movimientos guerrilleros contra gobiernos que se llaman a sí mismos marxistas-leninistas”, o que Kirkpatrick define como tales.
La cruzada es una tarea que la extrema derecha ha asumido dentro de Estados Unidos. Se trata de incorporar los conceptos de este grupo al conjunto de valores globales del estadounidense común. Mary McGrory, una columnista del Washington Post, puso esa función en términos precisos, y aunque se refería en otro contexto a Henry Kissinger, es igualmente aplicable a la ex embajadora; ellos consideran que “no se puede esperar que los americanos comunes lleguen a las conclusiones correctas sin la guía de alguien superior…”.
Si es efectiva la cruzada ideológica, dentro de cuatro años los flacos, rubios, pálidos que viajan a América Latina a conocer, a probar las drogas en su estado más puro, o las comidas exóticas, vestidos de jeans y camisetas con leyendas insulsas, serán remplazados por fanáticos y fortachos luchadores por la libertad que usarán corte de pelo estilo calabozo y vestirán informales trajes de camuflaje.
Así mismo, en vez de las latas que mandaba Kennedy en las épocas de la Alianza para el Progreso repartiendo leche en polvo, harina de trigo y otros bienes para combatir el “comunismo”, llevarán un rifle M-16, varias granadas, una cuota en
“ayuda humanitaria” del Congreso estadounidense y un manual de tácticas contrainsurgentes en “guerra de guerrillas”.
Puede que no sea así. Pero de todas formas el planteamiento de estas doctrinas anuncia una nueva fórmula intervencionista, luego de la revisión propia de la era postVietnam. Parece, de acuerdo con lo que Kirkpatrick plantea adelante, que la etapa de las intervenciones militares directas quedará relegada a un segundo plano (sólo cuando se pueda lograr una victoria clara y contundente), para darle paso a la promoción de guerras irregulares de baja intensidad como la que se libra en Nicaragua.
En las líneas que siguen, Kirkpatrick expone lo que pretende ser el derecho de Estados Unidos a apoyar movimientos armados contra cualquier país del mundo, donde consideren que el gobierno no es legítimo. Parte de establecer las situaciones en las cuales se debe usar la “nueva” forma de intervención: luego aclara que Estados Unidos tiene un derecho superior para hacerlo; delinea la diferencia entre el uso de la fuerza para el bien y para el mal, y establece la diferencia “moral” frente a la misma política por parte del otro imperio.
¿Aprendiendo de los soviéticos?
En una de sus más nítidas intervenciones, improvisando a partir de notas ante un grupo de periodistas en el National Press Club de Washington, Kirkpatrick analizó los movimientos armados en Camboya, Afganistán, Mozambique, Angola, Etiopía y “por supuesto” Nicaragua. Y los similares que puedan surgir en otros países con gobiernos fuera de la órbita estadounidense.
“…Esos países salieron de la influencia estadounidense después de 1975, luego de la pérdida de Saigón y entraron al bloque soviético durante un período en el que la Unión Soviética se apoyó fuertemente en la presencia militar”.
En cada uno de esos países, el control político se aseguró –y se mantiene– sobre la intervención directa militar del bloque soviético. En cada uno se observa un valor estratégico para la Unión Soviética, sobre el que han mostrado cierta determinación para preservarlo”.
“Cada uno le ofrece a los soviéticos derechos para bases y cada gobierno está protegido por su propia guardia pretoriana para que no cambie de ideas o de orientaciones”.
“Tenemos que ser claros en que sólo en Afganistán los soviéticos se apoyan en intervención masiva militar directa. Sin embargo, sus recursos militares han sido un factor determinante… en la ocupación armada de los vietnamitas sobre Camboya… y por supuesto en la presencia de tropas cubanas –en números muy altos– en Etiopía, Angola, Mozambique y Nicaragua”.
“El rol de las tropas extranjeras del bloque soviético –los así llamados “internacionalistas”– en la sustentación de los nuevos gobiernos comunistas en el poder, se puede ver regularmente en Etiopía –con quién sabe si 15, 20 ó 25.000 tropas cubanas–, en Mozambique con 67.000… más 1.500 alemanes del Este, 2.000 rusos y 8.000 simpatizantes africanos…”.
“Es interesante anotar, pensando en este patrón, que el dirigente de Mozambique tiene una guardia personal compuesta por cubanos y alemanes del Este, un piloto libio, un norvietnamita dirige su fuerza aérea, coreanos del Norte ocupan puestos claves en el gobierno desde 1972…”.
“En Angola uno se encuentra… ¿con cuántas tropas?… Tanto Unita como el gobierno de Angola, han puesto la cifra en 40.000 cubanos… También hay que fijarse en los pilotos checos, en los asesores soviéticos que vuelan helicópteros y los refuerzos norcoreanos que empezaron a llegar en números sustanciales desde hace un año”.
“En Nicaragua se ven los asesores militares cubanos que empezaron a llegar el mismo día que los sandinistas tomaron el poder el 19 de julio de 1979. Los mejores estimados colocan su continua presencia en alrededor de 10.000 personas a lo largo de los 5 años y medio… Estos cubanos por supuesto están suplementados por los “internacionalistas” de todo el bloque soviético…”.
“En cada uno de estos países hay desorden económico, escasez y hambre… y así mismo ha llegado la movilización militar del país. En cada uno, han sido provistas bases militares soviéticas y la política exterior está subordinada a los objetivos soviéticos. Mozambique, por ejemplo, … firmó un comunicado con Mongolia apoyando firmemente la ocupación soviética de Afganistán; cinco miembros de la junta nicaragüense expresaron su apoyo a los objetivos mundiales de la política soviética –incluyendo la ocupación de Afganistán–, durante su primer año de gobierno.
Mi “sabor nacionalista”
“Esos internacionalistas simbolizan el carácter no nacionalista de los gobiernos que ellos apoyan y la extensión de su “involucramiento” en el gobierno les da a los insurgentes una oportunidad y una causa. Ellos reviven las demandas por independencia nacional que se oyeron en anteriores períodos coloniales. Y la presencia de tropas extranjeras les da por supuesto el sabor nacionalista a todas las insurgencias”.
“En cada uno de estos países se ve a los gobiernos revolucionarios buscando la transformación de las formas tradicionales de vida, incluyendo tenencia de la tierra, residencia, religión, educación… para cumplir los parámetros y las metas soviéticas. Y esto también resalta el sentimiento de que el papel de los extranjeros busca barrer la cultura local”.
Kirkpatrick, en este aparte, desconoce la naturaleza de un proceso social de cambio, confundiéndolo deliberadamente con la “destrucción de la cultura local”, cuando los movimientos triunfantes inician el establecimiento de nuevas relaciones sociales internas.
De la misma manera, hace selectivo el uso de los resultados como la migración de quienes ostentaban el poder, o de quienes no quieren ser parte del conflicto civil por lograrlo:
“En cada uno, los prisioneros políticos han aumentado así como el flujo de refugiados que buscan escaparse del nuevo orden…”.
En el caso de El Salvador, donde sólo en Estados Unidos han llegado 500.000 refugiados de guerra (de cinco millones de habitantes) y el gobierno es proestadounidense, ella no se preocupa por explicar el fenómeno. Sólo le interesa, como explicará al final, en el caso de sus enemigos.
“En cada uno, el gobierno ha llegado al poder de la fuerza y se mantiene en el poder de la fuerza. Su único reclamo de legitimidad es la posesión de la instrumentalidad del Estado. Estos gobiernos son dictaduras unipartidistas, aunque como en el caso de Nicaragua, se permita la existencia de alguna oposición. Cada uno es un sistema cerrado que les niega a sus ciudadanos libertad de prensa, de expresión, de reunión… Cada uno niega toda posibilidad de alterar la composición o la política del gobierno por medios pacíficos…”.
Esta formulación general es recurrente en sus discursos. Dirigido al estadounidense medio que no conoce la historia de las naciones en conflicto, donde nunca han existido esas “libertades”, la presentación kirkpatriana aparece como una sana y desinteresada política humanitaria. El imperialismo soviético se presenta en este discurso como la causa única de todos los males de las naciones. Así justifica el surgimiento de los movimientos armados proestadounidenses, sin mencionar el apoyo inicial que Estados Unidos les dé a éstos para que surjan espontáneamente. Y, para tocar el sentido de seguridad nacionalista, presenta infaliblemente a los países con revoluciones recientes como una amenaza militar contra Estados Unidos.
“Es contra estos gobiernos que las insurrecciones han surgido. Son dictaduras de cosecha reciente, impulsadas por extranjeros, subordinadas a las necesidades y la disciplina del bloque soviético. Son parte de una maquinaria militar que está dirigida, en últimas –ellos nos dicen–, contra nosotros”.
“Quiero enfatizar que al describir estos gobiernos como marxistas-leninistas estoy usando la descripción que ellos hacen de sí mismos”.
Intervención made in USA: un “derecho superior”
“La cuestión en discusión es si Estados Unidos tiene el derecho de apoyar esos movimientos armados locales contra sus gobiernos. ¿Es moral o legalmente aceptable…? ¿Constituye este apoyo una interferencia ilegal o injustificada en los asuntos internos de otras naciones? ¿En qué caso se puede justificar el apoyo a un ataque armado contra un gobierno establecido…? ¿Es prudente hacerlo? ¿Tienen chance de éxito? … ¿Estamos corriendo el riesgo de involucrarnos en una guerra?”.
Kirkpatrick responde a sus preguntas ordenadamente ya que “los asuntos que están relacionados con este tema tocan directamente los aspectos más importantes de la política, de los valores, de la moral y del interés nacional”. Empieza por los valores, que son esenciales en el nacionalismo conservador de Reagan. En una habilidosa espiral, va eliminando los menores, para establecer los más importantes como los dominantes con una interpretación digna de Sófocles.
“Varios de los valores involucrados son mutuamente incompatibles. Por ejemplo: el período postVietnam de no involucrarse en ningún tipo de conflicto militar en ningún sitio, en ningún momento, se estrella –creo– con los compromisos americanos frente a los valores universales de libertad y autodeterminación. Y éstos a su vez chocan con la Carta de las Naciones Unidas donde se promete no interferir en los asuntos internos de otros…”.
“El derecho a la revolución, proclamado en la Declaración de Independencia –la nuestra–, está en colisión con el respeto a la soberanía de otros gobiernos”.
Pero ella puede superar esas colisiones de una manera ágil:
“América ha reafirmado tradicionalmente derechos básicos, políticos, humanos y civiles universales. Nosotros –americanos– no sólo hemos afirmado la existencia de estos derechos en todas partes del mundo, sino que insistimos en que su protección es el verdadero propósito de los gobiernos. Y hemos establecido que el pueblo tiene el derecho de alzarse en armas contra su gobierno si éste viola sus derechos básicos de vivir, y su libertad para buscar la felicidad”.
“Esta doctrina, posición básica de América sobre la legitimidad y sobre las revoluciones armadas…, está plasmada no solamente en nuestra Declaración de Independencia y no es únicamente el fundamento de nuestra nación… es una doctrina de legitimidad que ha sido confirmada una y otra vez en la historia americana y en nuestros documentos básicos”.
“La doctrina americana de la legitimidad establece que un gobierno no es legítimo por el solo hecho de existir. No es legítimo meramente por estar encabezado por líderes locales. Es legítimo porque reposa en el consenso y respeta los fundamentos políticos y los derechos civiles de sus ciudadanos. Ésta fue la doctrina de legitimidad, por supuesto, sobre la que decidimos que el gobierno de
ipso de la Alemania nazi no era legítimo y sobre esta base fuimos a la guerra contra él”.
“Se puede argumentar que esta doctrina sólo se aplica a los derechos que tienen los ciudadanos a irse en armas contras sus propios gobiernos y no a los derechos de otros gobiernos para abastecerlos de armas”.
“Se puede argumentar –y de hecho se hace– que otros gobiernos están impedidos por una prohibición contenida en la Carta de las Naciones Unidas, el artículo 24 para ser precisos”.
Este artículo prohíbe usar o amenazar de usar la fuerza contra otro Estado. Pero Kirkpatrick asegura que…
“…Es generalmente aceptado que esta prohibición nunca pretendía sostenerse por sí misma. Debe leerse en el contexto de toda la Carta. Por ejemplo con el artículo 51, que les da a todas las naciones el derecho a la autodefensa individual y colectiva, y también con las provisiones que garantizan los derechos humanos”.
Anota enseguida que la carta de la ONU…
“No reconoce la legitimidad de toda nación que exista. Claramente establece que los Estados miembros serán democráticos, amantes de la paz y comprometidos con la paz mundial. En otras palabras establece las condiciones para la membresía, y claramente en este contexto, la legitimidad está vinculada a las cualificaciones para ser miembro. La carta ignora ‘los Estados títeres’ y el conjunto de técnicas mediante las cuales un Estado puede ser convertido en títere, sin violación formal de o sin confrontar los atributos inherentes a su soberanía y su independencia”.
Es… porque digo yo
“El hecho de que la Carta de las Naciones Unidas ignore la intimidación y la subversión que no sean una guerra, y el control coercitivo de un Estado sobre otro, no quiere decir que todos los otros estados estén obligados a ignorarlo. No se puede pretender que un Estado que ha sido privado de su soberanía sea –de hecho– un Estado soberano”.
“No estamos obligados a pretender que los miles de tropas internacionalistas y asesores que impulsan y controlan los gobiernos clientes del imperio soviético no están interfiriendo en sus asuntos internos”.
“Parece claro que los dirigentes-clientes tienen el derecho de pedir asistencia externa del bloque soviético… Entonces los ciudadanos en estos Estados – privados de sus derechos– tienen el derecho de solicitar asistencia externa y de reclamarla”.
“Debo decir que la doctrina americana de la legitimidad descana en últimas en lo que se podría llamar un derecho superior al mero hecho de que exista [un Estado]”.
Es interesante anotar que así lo hace la propia doctrina de la legitimidad soviética. En el famoso artículo de Pravda de 1968, Brezhnev enunció su doctrina en la que la Unión Soviética establece su derecho mayor y reclama no sólo el derecho de invadir cualquier país del bloque soviético que trate de desviarse del camino de la regularidad socialista, sino también el de intervenir en los asuntos internos de estados afuera del bloque soviético en respaldo de las fuerzas progresistas –esto es–, las fuerzas que llevarían ese Estado al bloque soviético…”.
La diferencia entre un cirujano y Jack “El Destripador”
“Pregunta: ¿Estoy aquí reclamando que la violación de la ley internacional por parte de la Unión Soviética justifica una violación comparable por Estados Unidos?”.
“…¿Fueron los Estados Unidos tan malos al invadir Granada como lo fueron los soviéticos al invadir Afganistán?”.
“…¿Es Estados Unidos, al ofrecerle ayuda a los contras, tan malo como los nicaragüenses, o los cubanos o los soviéticos al intentar la desestabilización del gobierno de El Salvador?”.
“…Lenin escribió que la moral comunista está basada en la lucha por la consolidación y la realización del comunismo. ¿Al ayudar a quienes resisten el comunismo, estamos adoptando la misma concepción de moralidad, al anverso?”.
“Las respuestas son: no”.
“Es como si nos dijeran que nos fijamos solamente en un cuchillo que es dirigido contra un abdomen, sin tener en cuenta que está dirigido por un cirujano o por Jack El Destripador… o si el paciente corre el riesgo de ser curado por el cuchillo…”.
“La sugerencia de que la fuerza es fuerza… niega la distinción entre fuerza que libera y fuerza que subyuga. Niega la distinción entre la fuerza soviética que devasta Afganistán y fuerza que deja a Granada de nuevo en posesión de la instrumentalidad del autogobierno”.
“Niega la diferencia entre liberación y conquista”.
“Todo esto vuelve a la concepción nuestra de la legitimidad, que se deriva no de la simple existencia de un gobierno, pero sí de su carácter. Y no simplemente de la existencia de un movimiento insurgente sino de su situación y también de sus intenciones”.
“Con respecto a la insurgencia en El Salvador y en Nicaragua podemos verlo. Al apoyar al gobierno de El Salvador y a la insurrección en Nicaragua, estamos siendo perfectamente consistentes. Estamos apoyando a demócratas contra no demócratas que sustentarán su poder en la fuerza. Un gobierno que gana el poder por la fuerza y lo retiene por la fuerza no tiene bases legítimas para quejarse contra quienes les cuestionan su poder por la fuerza”.
Y así llega a la gran conclusión: “Creo que es obviamente claro y legítimo para Estados Unidos apoyar insurrecciones contra esos gobiernos”. Para pasar luego a la selectividad de la aplicación de la misma.
“Legitimidad es una cosa y prudencia es otra. Como más de la mitad de los Estados del mundo no son democráticos, ninguna persona prudente podría sugerir que nuestra política debe ser la de cambiar todos esos gobiernos”.
Por eso no apoya movimientos democráticos en Suráfrica o en Chile o en Paraguay o en las Filipinas.
A su vez, Kirkpatrick niega que esta política de apoyar insurrecciones proestadounidenses alrededor del mundo vaya a llevarlos a nuevos Vietnam, uno de los mayores temores del estadounidense medio quien sufrió en carne y sentimientos la guerra.
“Primero, porque ir a la guerra implica enviar tropas. Y apoyar insurrecciones no requiere en lo absoluto el envío de tropas. Y nadie está proponiendo el envío de tropas estadounidenses a cualquier sitio del mundo”.
“Segundo, porque nos metimos en Vietnam al enviar tropas, en vez de ayudar a los sudvietnamitas a que se ayudaran a ellos mismos. El resultado habría sido muy diferente si…”.
Y vuelve de nuevo a la “analogía diferencial” –para entrar en terminología Kirkpatriana– frente a los soviéticos:
“La Unión Soviética promueve insurgencias alrededor del mundo, provee armas, entrenamiento y transporte sin meterse en guerra. De hecho es interesante anotar que nadie está sugiriendo que ellos sean irresponsables al seguir esa política, o que son tan irresponsables que arriesgan provocar una guerra al actuar así…”.
Su última pregunta, “¿pueden triunfar las insurgencias…?”.
“Tal vez… No es claro que puedan. Toda guerrilla que tiene éxito, gana contra un gobierno debilitado. Gana por encima de todo, mediante la erosión de la voluntad del más fuerte. Pequeños ejércitos derrotan grandes ejércitos en guerra de guerrillas. La guerra de guerrillas, tanto como las guerras internacionales, es una
forma de la política, lo que Mao llamaba “política sangrienta”… Es una confrontación de voluntades tanto como de armas. La guerra de guerrillas es larga, es difícil y frecuentemente son exitosas en nuestros tiempos. Su misma existencia coloca un cuestionamiento sobre el gobierno contra el que se rebelan”.
Con este tipo de discurso, está siendo bombardeado el estadounidense medio que se interese por saber por qué actúa su gobierno en el mundo como está actuando. Habrá que ver en el paso de los años, si la “voluntad” de lucha de los ejércitos pro- estadounidenses es tan duradera como los discursos de Kirkpatrick, que apuntan a llevarla a la candidatura vicepresidencial republicana de 1988.
En todo caso, éste es el marco ideológico que la derecha estadounidense les está proveyendo a los interesados con el ánimo de volver la política de una facción en la política de una nación.
Ramón Jimeno