¿Los divinos justicieros del pueblo?

El Espectador

Los muchachos del padre Pérez asesinaron al exalcalde de Barrancabermeja, Rafael Fernández Fernández, un hombre que promovió el pacifismo y el diálogo.

A Rafael Fernández Fernández sus mejores amigos de Barrancabermeja lo invitaron a ver el partido Paraguay-Colombia, pero él prefirió acompañar a su mayordomo en la misa fúnebre de su suegra. Con esposa, hijos y un guardaespaldas, el primer exalcalde popular del puerto se aventuró en el barrio El Campín, donde el ELN tiene reconocida ascendencia.

Sus amigos, que calificaban a Fernández como un “buenazo”, descansaban las emociones del primer tiempo cuando les informaron que había sido destrozado por una veintena de tiros, que también le causó la muerte a la esposa del mayordomo, Aída Rosa Gómez. Fernández era el brazo derecho de Horacio Serpa Uribe en el movimiento Fila (Frente de Izquierda Liberal Auténtico), además de ser su amigo de infancia y de la vida. Es más, el ganadero entró a la política por Serpa. Por eso, al dirigente liberal le cuesta trabajo aceptar que cuando se despidió de Fernández tras la reunión política con un grupo de mujeres, pasado el mediodía, lo hacía para siempre.

Serpa, en su emocionado y valiente discurso en los Jardines del Silencio, acusó al ELN del asesinato. Las raíces del señalamiento se encuentran en las amenazas que once meses atrás recibió Fernández de ese grupo, presumiendo su complicidad en las pretensiones de los paramilitares de usar el gremio ganadero local −del que había sido presidente− para ampliar su proyecto armado a Barranca. El anterior presidente, Alipio Ortiz, ya había sido asesinado y se presume que por el ELN, bajo los mismos cargos. A través de los conductos irregulares propios de ese tipo de amenazas se le hizo saber al ELN que el gremio ganadero del puerto petrolero nada tenía que ver con lo impulsado por Acdegan. Sin embargo, los muchachos del padre Pérez no habrían aceptado las explicaciones y mantuvieron su arbitraria sentencia sicarial.

Lo que es más siniestro en el asesinato de Fernández, es que fue el único alcalde de la zona que se opuso a que los paramilitares −que ya se habían tomado el control del resto de las cabeceras municipales del Magdalena medio, como El Carmen y San Vicente− lo hicieran en Barranca para librar desde la administración la guerra privada contra la guerrilla y la población sospechosa. Pero cayó el civilista, el ciudadano Fernández, promotor y actor de las ideas de la tolerancia.

Fernández fue otra expresión de lo que es Barranca, una vanguardista ciudad proletaria, con una cultura política mucho más elevada que la de su violento y retrasado vecindario. La riqueza del puerto, sumada a las reivindicaciones que ha logrado la Unión Sindical Obrera (USO) permitió que se formaran en el casco urbano núcleos de estudio, de análisis y de acción, que se reflejan en un debate político muy particular.

Nada tienen que ver las batallas que se han librado en Barranca desde los años treinta con las que ocurren en Puerto Boyacá o Cimitarra desde los setenta. Las primeras son derivadas de la formación de un proletariado que asumió causas nacionales como luchas sindicales y que conjugó las reivindicaciones económicas con luchas políticas de grandes implicaciones.

Los segundos en cambio son conflictos primarios que se originan en la colonización campesina por desplazados de la violencia de los cincuenta, a sus vez desplazados por los ganaderos en los sesenta, a quienes les cae la guerrilla en un asedio infernal en los setenta; tras ésta llegó la torpe política represiva central que abate al campesino, y, por último, aparece el factor narco que distorsiona la lucha y alienta el proyecto paramilitar.

En el país siguen callando y cayendo pacifistas y civilistas cuando no acribillados por sicarios que se creen los divinos justicieros del pueblo, por sicarios que se creen los legítimos representantes de la autoridad terrenal. ¿Cuántos huérfanos y viudas necesitan para reconocer que sólo están exterminando a la sociedad civil, y pasen a decretarse mutuas victorias y mutuas amnistías y dejen a los demás aunque sólo sea vivir?

Ramón Jimeno

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