Memorias de Granada

En Carolina del Norte, a una hora en avión desde Washington, se encuentra uno de los complejos militares más grandes del mundo. La Base Militar de Fort Bragg y la Base Aérea de Pope. De allí se tomaron seis horas y quince minutos los C-130 que transportaron a Granada parte de la fuerza invasora el pasado 25 de octubre. Diecisiete días después volvieron a las bases, orgullosos de la tarea cumplida, con los ánimos exaltados por la prensa local y los elogios oficiales que el secretario de Defensa, Caspar Weinberger, les transmitió personalmente. Después de la ceremonia de recepción, los soldados salieron a descansar y comentar sobre sus experiencias en la pequeña isla.

Cerca de 160000 personas prestan sus servicios en este complejo militar entre civiles, tropas regulares y cuerpos especiales. Fort Bragg es la sede de la División 82, que es la mayor fuerza de paracaidistas de Occidente. Es un cuerpo aerotransportado con capacidad de movilizarse en un máximo de 18 horas a cualquier lugar del mundo para entrar en combate desde el momento mismo de su llegada. Los hombres que componen la División 82 están entrenados por especialistas (artillería, infantería, radiocomunicaciones, ingeniería, etcétera), y pueden recibir sus equipos (morteros, howitzers, camiones y municiones) por paracaídas si es necesario.

En Fort Bragg se forman los Grupos de Fuerzas Especiales, los “Boinas Verdes” especialistas en guerra irregular y guerra sicológica. Un comando de diez Boinas Verdes (dos oficiales y ocho soldados) puede organizar de improviso un batallón completo para entrar en combate de inmediato. Por esto se los considera como multiplicadores de fuerzas.

De este complejo militar salieron el 29 de abril de 1965 varios de los cuerpos que invadieron República Dominicana donde permanecieron hasta junio de 1966. Entonces se dijo –según se lee en la revista anual de la División 82– que el objetivo de la misión era “…evacuar a los nacionales estadounidenses”. La División 82 también fue a Vietnam entre 1968 y 1970 para la ofensiva TET, aunque no obtuvo los mismos resultados que en tierras dominicanas.

Las tropas de Fort Bragg realizan intensos entrenamientos en zonas especiales como las selvas panameñas, simulan batallas donde los bombardeos y las municiones son de verdad, para acostumbrar a las tropas al escenario de guerra; realizan maniobras como la Operación Águila Valiente 84 que involucra 25000 soldados desplazados a la Florida, donde en ese momento simulan la invasión a un país centroamericano.

A su turno, el Instituto de Asistencia Militar de la Base se dedica a estudiar y desarrollar técnicas de guerra irregular, y a dictar cursos para oficiales sobre la doctrina contrainsurgente.

En estos cursos se analizan minuciosamente distintos países para que los oficiales conozcan de antemano sus características políticas y sociales, así como los mecanismos de funcionamiento estatal.

En Fort Bragg el traje oficial es el uniforme de campaña (forma parte de la Fuerza de Desplazamiento Rápido creada por Carter en 1979), y así estaban los soldados que se sentaron conmigo a conversar sobre su experiencia en Granada.

Tenían ganas de comentar los pormenores de sus “hazañas” y no se cansaron de repetir las alegorías de la prensa estadounidense sobre la invasión. Charlamos cuatro cervezas sobre sus impresiones en la pequeña isla, y sobre la experiencia de entrar en combate por primera vez. Tres soldados y un suboficial fueron el eje de la conversación, siendo uno de ellos particularmente efusivo aunque todos, a su manera, estaban muy contentos.

“La experiencia fue fantástica, sensacional”, empezó uno de ellos, no mayor de 22 años. “Liberamos el país, botamos a todos esos comunistas; fue una experiencia estupenda, terrific. Me sentí muy bien, y ahora me siento mejor aún; satisfecho y orgulloso. Yo maté por lo menos a siete cubanos. Los barrimos de la isla; it was just great» continuó diciendo.

El suboficial de mayor edad, interrumpió la charla recién iniciada para preguntarme: “¿Por qué me está mirando así? … ¿No le gusta lo que decimos?”. Un soldado con quien ya nos habíamos presentado, aclara que soy un periodista suramericano. El suboficial vuelve entonces a dirigirse a mí. “¿Y qué piensa la gente de su país sobre la operación?”. Contesté que en general la prensa había respaldado la invasión pero que el presidente se había opuesto porque violaba tratados internacionales. “¿Cuál presidente?… ¿el de su país? … ¿Y a quién le importa lo que piense el presidente de su país? Nosotros podemos ir a donde queramos y hacer lo que queramos”, seguía diciendo. “¿A quién diablos le va a importar lo que piense el presidente de su país? A nosotros no nos importa lo que piensen los presidentes latinoamericanos. Nos importa solamente lo que piense nuestro presidente, el de Estados Unidos”.

Otro soldado interrumpió las observaciones del suboficial para agregar: “Nosotros podemos liberar cualquier país del comunismo, inclusive podemos ir al suyo a liberarlo”. Contesté que esperaba que no fuera así pero la forma como me miraron me forzó a añadir: “… todavía no tenemos comunismo”. Insistió entonces otro soldado: “En todo caso podemos ir a su país a liberarlo de cualquier cosa, como lo hicimos en Granada…”. Interrumpí yo esta vez para reorientar el tema de la charla: «Pero cuénteme un poco más sobre sus experiencias para poder escribir algo de sus impresiones. ¿Sintieron miedo, por ejemplo…?» Alguien contestó que no se asustó nada, que se sintió seguro y respaldado. Otro, que se veía retraído, dijo que sí había sentido miedo, pero no quiso hablar más al respecto. El anterior siguió: “Además, la isla es bellísima, las playas sensacionales. Nos dejaron descansar después de controlar la situación mientras llegaban nuestros reemplazos”.

“Ahora, en los asaltos era fantástico porque nos dejaban hacer lo que quisiéramos: romper o tomar cosas de las casas de los comunistas, de esos cerdos. Rompíamos todo, nos llevábamos lo que queríamos. Ésa es la ley de la guerra… Just great”. Y otro continuó: “Yo participé en la toma de la Embajada cubana. Rompimos todo lo que se pudo, y nos llevamos el whisky que tenían… muy bueno, por cierto…”. Se rieron sus compañeros; y prosiguió: “pero rompimos todo primero con muchas ganas, destrozamos las puertas, los escritorios, todo”.

«¿No hubo una fuerte resistencia como dijo la prensa?», les pregunté. “Sí”, volvió a contestar uno de los soldados: “Hubo algo, pero se quedaron sin municiones muy rápido. Como nosotros estábamos muy bien armados, donde había resistencia no era en juego: les respondíamos con toda nuestra capacidad; estábamos muy bien equipados, y no podían resistir. Los desbaratamos. No podían”. Otro explicó: “Tácticamente, fue una operación perfecta. Fue la primera exitosa para la División 82 desde la Segunda Guerra”.

“Nosotros, continuó el soldado, llegamos por helicóptero a las montañas… bueno, a la montaña. Allí nos camuflamos porque sabíamos que la resistencia buscaría ese refugio. A la mañana siguiente, yo estaba escondido y vi subir a dos tipos, dos cubanos. Entonces me preparé, y de pronto… ¡tratrataratatatata!… y cayeron escurriéndose cuesta abajo. It was beautiful, I really enjoyed killing cubana”. “No”, corrigió otro joven soldado, “a mí no me gustó tanto matar. It was really scaring”.

Les pregunté qué había sucedido con el ejército de Granada. “No aparecieron”, volvió a intervenir el efusivo. “Eran muy pocos, creo que menos de dos mil. Estaban desorganizados. Los cubanos fueron los que pelearon. ¿Ya te contamos el asalto a la Embajada cubana? Fue fantástico. Lo mismo hicimos en las casas: la CIA nos avisaba cuáles eran de los comunistas”.

“Y allí acabamos con todos, hasta matamos las gallinas, los cerdos. Barrimos con todo, liberamos el país”. Y otro agregó: “Realmente hay que agradecerle a la CIA porque el trabajo de ellos fue fundamental. Nos avisaron todo, nos dirigieron hacia las casas de los comunistas, sabía dónde guardaban las armas y las municiones. Era impresionante, había cientos de agentes en la isla, y ellos fueron nuestros guías. A mí por eso me gustaría trabajar después en la CIA; se hace un trabajo de inteligencia básico, hermosísimo”.

«Y ahora ¿para dónde van?, ¿cuál es la próxima operación?», pregunté a todos, mientras ya habíamos acabado la tercera cerveza en esta corta charla. “No sabemos”, contestó de nuevo el efusivo. “Nosotros somos parte de la División 82, y miembros de la Fuerza de Desplazamiento Rápido. Tenemos que estar listos para combatir en cualquier parte del mundo en 18 horas. En diciembre nos tienen algo listo, pero nunca se sabe exactamente qué es hasta poco antes de partir. Ojalá sea para el Líbano. Y a donde vayamos vamos a demostrar que somos invencibles, que somos el mejor ejército del mundo, que somos los mejores paracaidistas del mundo. No hay duda. Vamos a acabar con el comunismo. Estamos listos para ir a cualquier parte en cualquier momento. Es que estamos muy bien organizados, y seguimos entrenando más fuerte que nunca. Fíjate que al llegar a Granada no teníamos casi ninguna información, pero una vez allí fue como si supiéramos todo. Nos iban diciendo, los de la CIA, y otros, y barrimos ¿cierto? Uy, yo creo que matamos por lo menos a trescientos cubanos”.

“¿Estuvo en la ceremonia esta mañana?”, alguien me preguntó. “El mismo presidente nos mandó un saludo. Y mire que hasta usted compró los periódicos… para eso no tenía necesidad de venir hasta aquí. (Se rieron todos) … Nosotros le hubiéramos mandado los periódicos a su país…” Aumentaron las carcajadas. “Estos periodistas latinoamericanos tienen su estilo”. Como ya íbamos por la cuarta cerveza, y sus carcajadas se empezaron a volver intimidantes, me despedí y me fui con mis periódicos bajo el brazo y las alevosas impresiones que me dejó este ambiente militar.

Todos los soldados excepto el suboficial eran muy jóvenes, grandes y fuertes, muchachos de pueblos intermedios, orgullosos de su país, y la mayoría sin ningún conocimiento del resto del mundo. Ellos, los soldados y oficiales de la División 82, invadieron a Granada convencidos de que iban a combatir contra la Unión Soviética y Cuba. Por eso se sienten tan orgullosos de esa pírrica victoria militar sobre uno de los países más pequeños del mundo… para ellos no existen las terceras opciones, ni los terceros países.

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