Patria brutal o pacifismo radical

El fin de semana pasado, un impresionante operativo militar se desplegó en la zona de Anapoima. Helicópteros sobrevolaron durante horas el área, retenes, patrullajes y movilización de tropas, todo por ahuyentar a frentes guerrilleros que por esa región adelantan un cerco relativo sobre Bogotá. Visto así, la acción parece normal, dentro de la anormalidad nacional. Pero el mismo episodio, con información adicional cambia la lectura del operativo, pero sobre todo ilustra sobre cómo actúan los belicistas que escriben instigadores editoriales o los ministros que lanzan en el parlamento desencajadas arengas guerreras.

Anapoima se ha convertido en los últimos años en el centro de moda para veranear de un grupo de oligarcas bogotanos y de funcionarios oficiales como el Ministro de gobierno, o de uno que otro expresidente. Bajan en busca del saludable clima que ayuda a establecer la atmósfera adecuada para las relajadas conversaciones conspirativas. Tal vez el operativo no se diseñó para proteger al selecto grupo que el fin de semana atemperaba en Anapoima, pero lo cierto es que de hecho ésa fue la función que cumplió el destacamento militar.

No es por supuesto que los notables y autonotables no tengan derecho a la protección que se les niega a diario a millones de ciudadanos, sino que es contradictorio que quienes más instigan y promueven la guerra e invitan a los civiles a apoyar las acciones armadas contra la guerrilla, cuando van a descansar se lleven a la fuerza pública para hacer las veces de guardia de defensa personal.

De acuerdo con los planteamientos de quienes quieren establecer una patria brutal, la Fuerza Pública que los miraba asolearse desde los helicópteros alrededor de las piscinas, o que los vio pasear a caballo hasta la finca de quienes se robaron la energía que hoy le falta a los colombianos, debió estar desalojando de algún lado a la guerrilla. Ése es el ejemplo que dan sobre cómo el apoyo civil a las Fuerzas Armadas tiene su retribución en seguridad. En una seguridad ejercida como privada a costa de los empresarios y ciudadanos que mantienen con sus impuestos a la Fuerza Pública para que los proteja a todos. Así es como se gastan los recursos de los bonos de seguridad y ¿así es como aspiran derrotar a la guerrilla?

Los absurdos de la defensa

El episodio de Anapoima es una anécdota insignificante frente al peligro que representaría hacerle caso a los que adoran la guerra para comentarla en los clubes de golf. Antes de seguirles el juego, debiera hacerse una encuesta para averiguar a quién identifica la ciudadanía como su principal enemigo público. Los neoliberales serían los primeros satisfechos porque es muy probable que la población identifique al Estado colombiano como su principal enemigo. Si se incluye al Parlamento, el porcentaje aumentaría mucho más. Entonces, como debería proceder la Fuerza Pública para destruir esa amenaza a la Nación?

Los grandes problemas del país no nacen ni se generan en la actividad guerrillera. Creer que la guerrilla es la gestora del apagón, de la delincuencia urbana, de la deuda pública, de la falta de inversión, del narcotráfico, del clientelismo, del seudorrevolcón, de las barcazas, del sobrecosto del Guavio, de la inoperancia de la justicia, de la impunidad, de la reforma tributaria, de la fuga de Pablo Escobar, o de los cinco mil militares investigados en la Procuraduría por actos ilegales, es caer en la más ingenua de las falacias. La guerrilla es culpable de excesos y violencias regionales, en particular contra los ganaderos y comerciantes en áreas de antiguos conflictos de tierras y colonización, y por supuesto es responsable de secuestros y boleteos en las zonas donde opera. Pero no ha gobernado nunca, para atribuirle la responsabilidad de todos los males de la Nación.

Por eso cabe preguntarse en caso de que la política que lanza el Presidente Gaviria con sus voceros de lenguaje rabioso fuera exitosa, cuál sería el gran problema que habría resuelto Colombia y cuál sería el gran salto hacia delante si se exterminaran los guerrilleros que ahora aparecen como los que impiden el desarrollo nacional. El mismo equipo que desde Barco determina las políticas antisubversivas y que llevó al M-19 y al EPL al Senado y a la burocracia nacional, sin que se resolviera nada para el pueblo colombiano, es el que ahora dice que el problema no se resuelve sino impidiendo que los otros guerrilleros lleguen al Senado y a la burocracia nacional. Poca consistencia en este tema muestra también el kínder de Gaviria.

Otro absurdo de los belicistas y de las víctimas de la guerrilla es pretender que sean los civiles quienes asuman la lucha armada, sin preguntarse antes, el porqué y para qué entonces de la Fuerza Pública si cuando viene la amenaza no son capaces de contrarrestarla. Es decir, el cuerpo entrenado para la defensa, los estudiosos de la guerra, cuando tienen el enemigo enfrente, no son aptos para la misión que la Constitución y las leyes les encomendó. Ni con los recursos extras que Gaviria les entrega al estilo Carlos Andrés Pérez. Y en la máxima expresión de cinismo llaman a los civiles, preparados para vivir, trabajar y producir en paz, que se armen, o constituyan grupos paramilitares para su defensa, porque ellos sí, por fuera de las normas del Estado de derecho, son capaces de derrotar a los rebeldes. Y lo plantean sin vergüenza alguna. Que los civiles hagan la guerra porque sin ellos los militares no pueden ganarla.

Para completar el denso panorama de la verdadera patria boba que parece destinada a convertirse en una patria brutal, los fugitivos de Envigado reactivan su guerra contra la Policía de Medellín, sin que de nuevo la Fuerza Pública pueda contrarrestar su actividad. El resultado es que en las calles de Medellín las autoridades no están seguras porque según la misma Policía un hombre (un civil) así lo decidió. En 1990 asesinaron 220 agentes en cuatro meses, baño de sangre que los narcos suspendieron sólo cuando Gaviria reconoció que las autoridades no podían derrotar a ese civil: Ahora, ¿cuántos muertos serán necesarios para llegar a alguna solución? La patria boba es otra, es ésa que soporta tanta bruteza al mando nacional, y escucha los coros que organizan quienes desde ya se pelean otra vez los cargos diplomáticos para ver desde Francia como seres civilizados que son, la guerra de esos indios colombianos con los que es imposible convivir. Así piensan y así han actuado.

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