¿Quién le teme a Petro?
El temor a un triunfo de la oposición genera una exagerada incertidumbre negativa propia de una élite arisca, desconfiada y alérgica que relaciona su acceso al poder con el mantenimiento de sus privilegios.
Por Ramón Jimeno
La posibilidad de un triunfo de la multicolor coalición del descontento que ha armado Gustavo Petro tiene en jaque existencial al uribismo, a Char, al fajardismo, al empresariado, a los terratenientes, a los acreedores de los 165.000 millones de dólares de deuda pública y privada, a los militares y a la Iglesia que comulga todos los días contra el papa Francisco. Si la posibilidad de un triunfo de la coalición surge de la falta de candidatos en campaña o si es resultado del declive de Álvaro Uribe, el monumental fracaso de Iván Duque y el descontento general, el problema es el mismo. Hay mucha gente que no sabe lidiar con un cambio de gobierno y piensan congelar sus activos, huir o a atravesarle por lo menos un poste a Petro en su camino. Mientras que los ciudadanos cansados de esperar las soluciones que nunca llegan, están listos para votar el cambio sin temor alguno a los riesgos que implique, porque no tienen nada que perder distinto a sus ilusiones. ¿Pero cuál sería el cambio que asusta a unos y entusiasma a otros?
Ni hablar de las roscas nacionales y regionales de la contratación estatal que temen ser desplazados por las nuevas roscas del cambio, tal vez más eficientes y menos corruptas; o de las decenas de miles de empleados oficiales que temen una barrida burocrática que los desplace al desempleo; y militares en servicio y los contratistas y proveedores de las Fuerzas Militares que ya sin las Farc temen que les reduzcan sus 2,5 puntos del PIB en gastos, ven negro el futuro; como los miles de propietarios de inmuebles que creen que se van a devaluar y las empresas constructoras que se paralicen las ventas y se acaben los subsidios VIS; así como las decenas de contratistas y los miles de empleados de la producción de hidrocarburos, que tiemblan por el conteo regresivo a esta industria que el cambio promete acelerar.
Si la posibilidad de un triunfo de la coalición surge de la falta de candidatos en campaña o si es resultado del declive de Álvaro Uribe, el monumental fracaso de Iván Duque y el descontento general, el problema es el mismo
Así se suman y restan temores más ciertos unos que otros, pero casi todos sin base real porque las medidas que un gobierno de cambio puede tomar necesitan tiempo y exigen procesos y canales. Para aprobar nuevas normas y reglamentos se requiere elaborar propuestas serias y viables y someterlas a las partes interesadas, enfrentar debates desde su origen con la opinión pública y luego en las instancias institucionales, hasta llegar finalmente a concertar con las partes involucradas. Las reformas no se pueden imponer en una democracia parlamentaria a menos que el gobernante cuente con mayorías absolutas. Una reforma tributaria debe aprobarla el Congreso y reformas para modificar o acabar las ventajas de unos implican una justificación, un plan y ganar la secuencia de debates parlamentarios y judiciales que sobrevendrían. El país no elige un dictador sino un presidente con amarras y si hemos visto arbitrariedades en el poder solo se debe a que algunos gobernantes han tenido el poder absoluto, con mayorías absolutas que les han permitido abusar.
El país cuenta con instituciones que, a pesar de su desprestigio, funcionan para defender los derechos de ciudadanos: las cortes, los organismos de control, las superintendencias, el Congreso y algunos medios independientes de los grupos económicos. Así que a menos que la coalición petrista decidiera romper la línea institucional para intentar un régimen autoritario tipo Ortega o Maduro, para el que tendría poco espacio, sus cambios deben respetar la institucionalidad. En realidad los temores se derivan sobre todo del miedo a lo desconocido, a la falta de cultura democrática de las élites dirigentes antes que a una amenaza cierta de poner todo patas arriba. Cuando el poder se alterna de manera regular entre diferentes tendencias sobre la base del respeto a las reglas de juego institucionales, la sociedad crece, la confianza se consolida y mejora la generación y distribución de la riqueza. Claro, Petro en la Alcaldía hizo evidente su desgreño e incapacidad administrativa; su incapacidad para delegar y organizar equipos técnicos y profesionales; su arbitrariedad para gestionar contratos y licitaciones; sus marrullas para detener proyectos aprobados en otras administraciones o para dejar de aplicar sentencias judiciales. Pero pudo más la institucionalidad de la ciudad y es posible que haya aprendido a gobernar mejor.
Ahora, de todas formas, cuando se pretende cerrar el camino a una legítima alternación del poder como sería un triunfo electoral de la izquierda para evitar que gobierne, el panorama que se abre sí es muy peligroso. Esta amenaza sí debiera generar un verdadero temor. En los años cuarenta, el miedo a un triunfo de Jorge Eliécer Gaitán llevó a su asesinato y generó la sangrienta dictadura conservadora de Laureano Gómez, que requirió el golpe militar de Gustavo Rojas para restablecer el equilibrio. En los años setenta un descontento similar al de hoy, generó una gran movilización a favor del general Rojas, que llevó a la percepción –cierta o falsa– de que se hizo un fraude para impedir que volviera a gobernar. De allí surgió el M-19, para ganar por las armas el poder que le arrebataron de las urnas. Pero luego vinieron guerrillas más fuertes, después las autodefensas y luego los paramilitares cada día mas violentos y mas fuertes y más adentro del Estado, todos fortalecidos por la narcoeconomía. Todos estos esfuerzos por excluir e imponer un modelo por la violencia fracasaron y la justicia transicional hoy ayuda a institucionalizar el trámite de las diferencias por estas vías. La derecha y la izquierda deben entender que la única alternativa que les queda es concertar.
Cuando el poder se alterna de manera regular entre diferentes tendencias sobre la base del respeto a las reglas de juego institucionales, la sociedad crece, la confianza se consolida y mejora la generación y distribución de la riqueza.
La derecha audaz debe repasar el caso de Venezuela antes de diseñar caminos equivocados. La radicalización de Hugo Chávez la generaron las mismas élites asustadas por el cambio que se dieron a la tarea clandestina e ilegal de frenar la economía parando PDVSA y luego intentando un golpe militar para derrocar y asesinar a Chávez. Chávez sobrevivió y recibió el mensaje: el cambio “democrático” en la distribución de la riqueza petrolera es imposible con unas élites que lo quieren derrocar. Activó su gen arbitrario que lo había cultivado entre las barracas militares y la nomenclatura comunista y arrasó con las precarias instituciones venezolanas, las moldeó a su medida, y empezó su reinado sin reglas ni controles. Le permitió sobrevivir a los pocos empresarios que agacharon la cabeza e hicieron un pacto de no agresión, pero 24 años después las antiguas élites venezolanas siguen soñando volver a gobernar, y se consuelan en Miami con los septuagenarios exiliados de Cuba que les enseñan a repetir sus reiterados fracasos. Los miedos de la derecha se espantan de otra manera, ejerciendo y exigiendo democracia.
Un gobierno de izquierda sin el control del Parlamento tendría una gobernabilidad limitada. El control del Congreso es determinante para gobernar, para que las reformas fluyan y se conviertan en normas, en políticas públicas, en programas por ejecutar. La izquierda y el centro difícilmente llegarían a un 40 por ciento del Senado, lo que sería insuficiente para aprobar sus medidas.
Una oposición de derecha con capacidad para torpedear las reformas, dilataría los proyectos y podría tomarse los organismos de control para bloquear al ejecutivo desde distintos flancos: la Procuraduría, la Contraloría, la Defensoría, las Cortes (también nombra magistrados) y podría estrenar la Comisión de acusaciones. De manera que si Petro aprende a gobernar y la derecha aprende a ser oposición desarmada, este sí sería un gran cambio. Ambos aprenderían a negociar, a concertar, y a conciliar reformas híbridas pero sin atropellos.
https://cambiocolombia.com/articulo/politica/quien-le-teme-petro