Al borde de una derrota: Manual para lograr un alto riesgo electoral
Son muchos los elementos que ponen en riesgo la reelección de Santos, y no encuentra el camino para ganar un apoyo que defina la contienda a su favor. Desde su cómodo triunfo en 2010, se le escabulleron varios millones de votos, la gran mayoría uribistas, sin que tenga cómo reemplazarlos para sumar una mayoría definitiva. El Presidente tiene una coalición débil, de liberales, conservadores, verdes e izquierda, una suma de adeptos más por odio o temor a Uribe III que por confluir en propuestas, con apoyos débiles, que ofrecen como excusa la necesidad de paz.
Del otro lado se encuentra la eficacia de Uribe como opositor, la disciplina de su candidato Zuluaga y la convicción movilizada de una derecha que no cree que la paz le aporte al país. Se sienten más seguros con el status quo del conflicto. La fortaleza del uribismo se nutre además con las vacilaciones e inconsistencias de Santos y de la lentitud y ausencia de ejecuciones. Su imagen es la de un líder tibio, incapaz de tomar decisiones por miedo a sus costos, un gobernante que simplemente quiere quedar bien con todo el mundo. Uribe sabe subrayar los defectos de Santos, en especial su capacidad de traicionar.
Uno de los problemas de su reelección es que Santos nunca tuvo electorado propio. Su primera elección fue la presidencial y el resultado se debió a Uribe. Los cargos y figuraciones que tuvo en los distintos gobiernos provenían del poder de su diario familiar. Con habilidad, se autoconvirtió en interlocutor político nacional, gracias a estar sobre los periodistas, editores o tituladores, para asegurar su oportuna presencia. Su capital político se derivó de influir en lo que publicaba El Tiempo y en la necesidad de los políticos de contar con los favores del diario. Así saltó del gobierno de Gaviria al de Pastrana, hasta llegar al corazón de Uribe. Esta particularidad hizo que se desinteresara por el trabajo electoral y que su visión de poder se sobrecargara y descansara en el manejo de medios.
Pero su habilidad para convertirse en líder a partir de un periódico, se convirtió en su debilidad. Cuando se aspira a gobernar, funciona el manejo de medios para posicionarse. Pero para gobernar los medios solo ayudan a persuadir al ciudadano sobre las decisiones. Tras cuatro años de gobierno, la calificación de su gestión no depende de los bondadosos titulares de sus amigos en Semana, Caracol o RCN, pues los electores califican los resultados del gobierno, no los titulares de los medios.
Ya lograda su ambición de ser presidente, Santos destapó unas cartas diferentes a las de su elector y jefe y quebró los huevitos que le dejó a su cuidado. Recompuso las relaciones con Venezuela, eliminó generosas exenciones tributarias a la nueva inversión, nombró en el gabinete a enemigos de Uribe -como Germán Vargas y Rafael Pardo- y lo más grave para el expresidente, defendió a las víctimas de los paras, inició la restitución de tierras y el proceso de paz con las Farc.
Al notificarle Santos a Uribe que sencillamente lo había utilizado para satisfacer su ambición e impulsar otras creencias, la posibilidad de acuerdos quedó eliminada. Santos pudo virar con delicadeza, intentar una negociación para llegar a un punto medio que le habría permitido consolidar el respaldo al proceso de paz, en vez de consolidar un potente enemigo. Prefirió el camino de la confrontación, creyendo que Uribe era asunto del pasado, que los votos que le endosó ya eran propios y que siendo Presidente ya no lo necesitaba.
Hay políticas que requieren consensos, como la de relaciones exteriores y la de seguridad. Para librar una guerra se necesita el apoyo de la nación y para lograr la paz también. Uribe contó con el respaldo de todas las fuerzas para su política de seguridad que arrinconó a las Farc, y le devolvió la confianza a la ciudadanía y al mundo en Colombia. Sin ese consenso hubiera sido imposible conseguir los recursos para la guerra, lograr la voluntad de combate de las FF.MM., y que le aceptaran los excesos institucionales que conllevó la batalla. Santos desconoció esa máxima cuando viró a buscar la paz negociada y quiso imponer esta solución en contra del uribismo que representa, mal contado, la mitad del país.
Al abandonar la doctrina uribista, Santos tenía que capitalizar su nueva política. Pero, por ejemplo, la reconciliación con Chávez fue tan costosa en términos de imagen, como la apertura hacia las Farc. El difunto líder era tan impopular en Colombia como la guerrilla, ambos con un rechazo del 90%. Las relaciones con Venezuela mejoraron más en la forma que en el fondo. Algunos canales comerciales se abrieron pero nunca se volvió al nivel preUribe. El viraje de Santos fue inútil para recuperar el mercado del vecino petrolero, aunque fue útil fue para los acercamientos con las Farc y las conversaciones en La Habana.
Una vez Santos se embarcó en el proceso con las Farc, se demoró en construir apoyo para legitimarlo y confundió el secreto de las negociaciones con la necesidad de respaldo. El gobierno se encerró y desconoció la necesidad de sumar. Creyó que si discutía y buscaba consensos, la perfección del sistema prediseñado desde un centro de pensamiento, fracasaría. El país, dicen las encuestas, quiere una paz medio abstracta y romántica, es decir sin premiar a la guerrilla con participación política o con perdón a sus crímenes. Pocos creen que confesar la verdad sea una adecuada indemnización para las víctimas. Muy pocos conocen las bases filosóficas que diferencian la justicia transicional de la impunidad, y el gobierno Santos no las explica. Y cuando hablan de participación política de los guerrilleros, una significativa fuerza siente náuseas.
Es obvio que si se legalizan, las Farc tendrán un rol público, sobre todo en las zonas donde están activas. Esto, para los negociadores es parte de las bondades del proceso, pues los chicos malos dejan de echar bala para echar discursos. Pero genera pánico en muchos sectores, en especial en las áreas de conflicto y entre ganaderos y agroindustriales. Y desinterés enorme en extensas capas de la población urbana que percibe el conflicto como un problema lejano, del siglo pasado, que le quieren traer a la ciudad, cuando lo que el urbano sueña es con empleo, salud, educación, desarrollo y mejor calidad de vida. La paz con las Farc no se asocia a ninguno de esos anhelos mundanales, por el contrario, se convierte en un estorbo adicional para lograrlos.
La holgada preferencia en el centro del país por el movimiento uribista lo hace depender de una movilización del electorado de la Costa Caribe y de un difícil giro en Bogotá que suma más del 20% de los votos. Sin embargo, su alianza con Petro le dificulta esta última tarea y, al contrario, refuerza los temores sobre quiénes gobernarán con Santos en su segundo gobierno. Muchos bogotanos no le perdonan que apoye y se apoye en una de las peores administraciones de la capital y prefieren un voto de castigo. En la Costa, el apoyo al uribismo subyace con fuerza entre la dirigencia política que formalmente acompaña a Santos. Como el Presidente con su tic mediático bajó a los principales electores costeños de las tribunas para no salir junto a ellos en las fotos, no hay certeza de hasta dónde se movilizarán, ni con las disculpas tardías que les dio. Total, con cualquiera que gane, su poder de negociación es el mismo.
Ahora, Santos trata de edificar un nuevo centro político con el liberalismo de los Gaviria, los retazos de los verdes y la sempiterna dividida izquierda. Pero poco le ayudan los resultados de su cuatrienio para captar el voto de opinión: dejó avanzar la crisis de la salud que afecta a millones; el fracaso de la reforma a la justicia dejó ver el talante del presidente, que nunca planteó una nueva propuesta, con tal de eludir las confrontaciones que implica despolitizar la rama judicial o combatir su ineficiencia y creciente corrupción; cuando se movilizaron los estudiantes contra la reforma educativa, abandonó el tema; al primer grito opositor, dejó colgados a los grupos empresariales que invitó a invertir en el Vichada; se demoró cuatro años en diseñar el modelo para la infraestructura vial que lanza a toda carrera para las elecciones; puso a patinar la locomotora minera por temor a los ambientalistas radicales, sin hacer esfuerzo alguno por mostrar que existe la minería responsable; le quitó regalías a los departamentos sin compensarlos oportunamente con proyectos; impulsó la ley de tierras, pero su aplicación es insignificante; mantuvo el descuido frente a la demanda de Nicaragua hasta que se perdió el caso; el paro agrario evidenció el descuido del sector y marcó el comienzo de su declive… Aún así, el Presidente logra que casi medio país lo acompañe.
La coalición que esboza Santos podría ser atractiva, pero parte de un pasivo que beneficia a su contrincante. Se le hizo tarde para buscar una convergencia de fuerzas alrededor de propuestas o de algunos principios de gobierno que muestren un giro hacia un futuro consistente, con norte, que sea alternativa al uribismo, pues con la mera expectativa de paz, es difícil que le alcancen los votos. Y lo peor es que, gane uno o el otro, la gobernabilidad de cualquiera será compleja con un país tan dividido.
Ramón Jimeno