El pasado agravado
Con el accionar de Los Pepes se hizo evidente la creación de grupos irregulares dispuestos a terminar con la impunidad de Pablo Escobar y a cobrar el premio social y político por lograrlo, aunque el costo de la eficiencia de ese grupo sea el fin de lo poco que quedaba de la política de sometimiento de Gaviria y el fortalecimiento del terrorismo y de la justicia privada.
Porque si a la eficiencia asesina y destructora de Los Pepes se le suma la incapacidad de la Fuerza Pública para encontrar a Escobar, y a esto se le agrega la desconfianza del capo para resometerse, y se adicionan las inconsistencias de la Fiscalía frente a la situación jurídica y las garantías de los reentregados, se tiene un panorama en que el reo ausente cada día tenderá más a recurrir al terror.
Al reaparecer el narcoterrorismo, y a su lado los agentes que lo estimulan, es necesario reconocer que los costos que pagó la nación por acabarlo se pueden considerar inútiles en su mayoría: los secuestros de Maruja Pachón o Francisco Santos, la muerte de Diana Turbay o la gélida ejecución de Marina Montoya, los jueces y sus familiares acribillados, los centenares de víctimas físicas y los miles de damnificados materiales por los bombazos del 89 y 90. Como fue inútil el costo que se pagó por el atípico régimen jurídico que se adoptó como solución política.
Si bien el grupo de Escobar está menos fuerte que cuando se encerró en La Catedral -sobre todo por la división interna derivada de la arrogancia del mismo capo o de sus subalternos frente a sus socios y por el cerco policial-, la situación es más grave por cuanto la falta de alternativas invita al incremento del terrorismo como el único camino para disuadir a Los Pepes y al Estado que los tolera, de desistir en su esfuerzo de aniquilamiento.
Para ser más precisos, en vez de tener, como antes de La Catedral, a un solo grupo con gran poder y un solo jefe, hoy existen dos grupos y dos jefes con capacidad destructora cada uno. Los dos al margen de la ley. Y el país civil tiene de su lado las mismas autoridades que no pueden con ninguno de los dos grupos y a los mismos mandos civiles que crearon la situación actual. Y la situación es peor si se considera que ciertos sectores del gobierno y de la sociedad cifran sus esperanzas en que sean Los Pepes quienes apliquen “la justicia”. A tal punto se cree en esa solución que al menos tres intentos de Escobar para reentregarse se han visto frustrados, según fuentes involucradas en el proceso.
Apoyar soluciones de fuerzas extralegales como Los Pepes es aumentar las posibilidades de despiadados ataques terroristas. Porque al aparecer ese grupo irregular escaló a una nueva fase el conflicto con Escobar. Éste tiene, en términos de guerra, que ponerse a nivel de la nueva arma que le han lanzado para derrotarlo. Que pueda o no hacerlo y que tenga o no Escobar la capacidad para hacerlo, es el riesgo que el país está corriendo.
En ese sentido las ventajas tácticas que tienen Los Pepes frente a Escobar, como la facilidad para movilizarse, agravan el peligro. El grupo de Escobar tendría un tiempo limitado para neutralizar a Los Pepes antes que éstos cumplan su misión. Y lo anterior se complica si se tiene en cuenta que como la gente de Escobar está disminuida en su capacidad de acción, sus golpes deben ser de mayor dimensión y por supuesto certeros. De lo contrario están perdidos.
Cuando alguien se siente perdido hace lo imposible para evitar el desenlace. Más aun si se considera que Los Pepes cuentan con otra ventaja sobre Escobar: como fueron socios, conocen la intimidad del capo y sus amigos. Así es más fácil y rápido estrecharle el cerco. Pero así también se agrava el peligro de la reacción propia de un personaje con el talante e historial que se le atribuyen a Escobar.
Lo peor de todo es que esa reacción, si Escobar tiene capacidad para resistir y realizarla, puede recaer sobre la población civil, bajo las más dramáticas formas de terrorismo. Y si esto llega a ocurrir, habría mucho que lamentar por una tan larga secuencia de errores que se hubieran podido corregir a tiempo con el solo hecho de reconocerlos. Por eso, en cuanto al terrorismo, es razonable pensar que Gaviria logró volver al pasado, a un pasado agravado, conjugación verbal que el mandatario puede patentar.