Lecciones de la operación entrega
Con su sagacidad y la asesoría de reputados juristas, Pablo Escobar alcanzó lo que se proponía: una decorosa inserción en la sociedad colombiana, mediante el uso de la fuerza con lógica y precisión. Sólo le queda, como amenaza real, un cabo suelto: el “factor estadounidense”.
Cuando Pablo Escobar decidió someterse a las normas que sus abogados diseñaron con los del gobierno, sabía que la parte más difícil del proceso que se iniciaba el 19 de junio sería la reacción estadounidense. Todos los demás factores de su reinserción a la vida civil en Colombia, empezando por la prisión, son más o menos manejables y están más o menos bajo su control.
La fuerte reacción crítica de los medios estadounidenses y de la mayoría de los europeos son fiel reflejo de la respuesta del primer mundo a la pragmática solución del jefe político del principal país productor de cocaína. El único aire provino de las frías declaraciones del enviado de Bush y de ése mismo, que reiteró su deseo de tener a Escobar en cárceles punitivas como la que habita Lehder.
El gobierno de Estados Unidos empieza una impaciente espera hasta la sentencia de la justicia colombiana, primero. Luego, es probable que supervisen durante años su cumplimiento, teniendo en cuenta la larga trayectoria en Colombia de amnistías e indultos, si no encuentran en el camino que una máxima de la mafia también se cumple en Escobar. Se conocen expresidentes, exministros, exprisioneros, pero no se conocen exmafiosos.
Entonces decidirán, como ya lo anunció uno de los jefes de la política antinarcóticos – Bob Martínez- si acuden a los mecanismos que ya han utilizado para el sometimiento de delincuentes internacionales a su justicia estadounidense: la extradición forzosa modelo general Noriega o Martha Ballesteros.
La amenaza se desvanece
El juego que tiene Gaviria frente a los estadounidenses es estrecho. La consolidación de Estados Unidos como única potencia sin contendor ni polo que balancee su accionar, es una limitante. El triunfalismo y la euforia nacionalista tras arrasar con Irak, son otra. Pero éstas son coyunturales. La otra limitante de Gaviria es que los estadounidenses trazan políticas globales para regiones enteras. En especial cuando son las del patio trasero, destinadas por la geopolítica a permanecer dentro de su esfera de dominios.
Sería demasiado complejo para una potencia mundial diseñar para cada republiqueta una política particular. Por eso hacen una global. Como el gerente de una compañía traza una laboral para todos sus trabajadores y no para cada obrero. Ese diseño, tratándose de una potencia civilizada y moderna, requiere formas que justifiquen y
tienen de lógica su papel de papá interventor o de papá redentor o de papá castigador, según la ocasión.
Nunca intervienen porque sean más fuertes. No. Lo hacen porque tienen razón para hacerlo y son mucho más fuertes. Y una razón es garantizar que se aplicarán las políticas diseñadas en Washington. Sean las del FMI o las de los recursos naturales o las antinarcóticos, los estadounidenses tienen elaboraciones intelectuales para estar presentes en la otra América, en el momento de las decisiones.
Hasta hace pocos años, la amenaza comunista era el factor que legitimaba su rol en la región. Destruido el mito por los mismos comunistas, surgió la necesidad de encontrar un nuevo y buen pretexto. La guerra contra las drogas. Allí es donde aparece el Cartel en Medellín y su jefe Pablo Escobar; no se puede derrumbar la nueva amenaza de la noche a la mañana por decisión de un César de Pereira.
El encierro
Escobar es el primero que entiende y conoce el problema que tiene con los estadounidenses. Es un gran entendedor de su idiosincrasia. De otra manera sería inexplicable el éxito en la conquista del mercado interno de Estados Unidos, el gran sueño de los otros empresarios del mundo. Sabe además cómo son sus políticos y sus autoridades. Y cuánto valen.
Así es que debe tener una respuesta estudiada. Un guerrero como Escobar debió considerar que así como los gringos se valieron del gobierno y las autoridades colombianas para enfrentarlo, ahora deba ser su turno valerse del gobierno colombiano para contener las pretensiones de los estadounidenses.
Con Escobar, el Estado colombiano se enfrentó a un cerebro que contó con todos los cerebros que quiso para asesorarlo en su propia solución. Y a diferencia de la guerrilla, que se rindió ante la ineficacia de su violencia y de sus muertos, Escobar la utiliza de manera tan efectiva para sus objetivos que surgió como el triunfador de la faena.
Escobar siempre buscó el diálogo con la clase dirigente colombiana para que le abrieran un campito. Casi lo logra antes de la guerra. Durante la guerra también, en enero de 1990, pero “le hicieron conejo” tras liberar al hijo del secretario general de la Presidencia, a una pariente lejana del presidente Barco, y de entregar laboratorios, dinamita y helicópteros.
La segunda vez, cerró las puertas de salida. O negocian o ejecuto a los rehenes. Francisco Santos, Maruja Pachón, Diana Turbay y Marina Montoya. El indiscutible poder de El Tiempo, la indiscutible influencia de la viuda de Galán sobre Gaviria, del expresidente Turbay, todos hechos rehenes a través de los secuestrados, y todo su poder puesto al servicio de los propósitos de Escobar.
Los decretos empezaron a fluir. En septiembre, el 2047 que recibió las debidas anotaciones de los abogados de Escobar. En octubre, las precisiones del 3030 tras las dudas de rigor. En enero, las aclaraciones del 3030.
Mientras las normas de diseño especial eran facturadas entre las oficinas del Ministerio de Justicia y las de los abogados de Medellín, Escobar logró que el gobierno Gaviria actuara en otros campos. Escoger o sugerir funcionarios en los que pudiera confiar, para que se responsabilizaran de manera directa del proceso y de la tramitología necesaria.
El director nacional de Instrucción Criminal, su delegada en Antioquia, así como el procurador para los Derechos Humanos en esta región, fueron funcionarios claves para darle confianza a Escobar. Varios de ellos fueron antiguos colaboradores del exprocurador Carlos Jiménez Gómez, abogado de Jorge Luis Ochoa.
También logró lo que la guerrilla nunca pudo: que la Procuraduría General de la Nación investigara a fondo irregularidades denunciadas por él, en operativos de la Fuerza Élite de la Policía Nacional contra miembros de su familia y en la acción que le costó la vida a Diana Turbay. Y logró resultados. Incluyendo la publicación de éstos en el diario El Tiempo, defensor de oficio de cualquier acción de las fuerzas oficiales.
En su terreno, Hernando Santos y Alberto Villamizar fueron los intermediarios reales y los agilizadores del proceso de adaptación de las normas que llevó a los Ochoa a la Cárcel de Itagüí. Allí iría en varias ocasiones el segundo, a entrevistarse, antes de la liberación de Francisco y Maruja, con miras a lograrla.
Como Guido Parra lo hacía con Hernando Santos para discutir hasta el nombre que le propuso Escobar para que apareciera como el gestor de las acciones entre él, sus abogados, el gobierno y los familiares de los rehenes, ya habían concluido: Rafael García Herreros.
Las lecciones de la historia
Ni muerto ni capturado, usando la fuerza con precisión y lógica para sus fines, Escobar logró diseñar una fórmula que le permite una decorosa inserción en la sociedad colombiana. Pero el factor estadounidense sigue pesando como una amenaza real, que presagia el desencadenamiento de otros episodios, tal vez menos sangrientos, tal vez no.
Como guerrero, tomó las medidas para garantizar el no conejo. Su ejército desmovilizado debe tener las instrucciones precisas para reactivarse si los acuerdos se rompen o los rompen.
Pagará penas menos largas que las dispuestas en los Códigos vigentes, pero el Estado al menos podrá decir que pagó penas. Frente a la inaplicabilidad de una justicia fuerte, Gaviria prefiere una débil pero aplicable.