Un gabinete neoliberal de derecha
Con las excepciones de Alfonso López -que es lopista- y de Mauricio Vargas -hombre de bolsillo de Gaviria-, el reajuste del gabinete presidencial evidencia un cerrado tono neoliberal de derecha en lo económico, en el que destaca la ausencia de representación de la corriente de Ernesto Samper Pizano, el único que defendía el gradualismo para la transición económica.
De esa manera, el presidente Gaviria deja claro que abandona la vía del gradualismo para el reajuste estructural de la economía, que vienen reclamando importantes representantes del sector productivo.
En cambio, consolida un equipo con cabezas como Jorge Ospina, Juan Manuel Santos y Juan Camilo Restrepo, que reforzarán a Rudolf Hommes y a Armando Montenegro, para impulsar lo más ortodoxo de la escuela neoliberal, que sólo cree en el mercado y el monetarismo, como herramientas para el desarrollo económico y social.
Eso implica que quienes consideran que una sociedad con una economía desordenada, como la colombiana, debe balancear los costos sociales de la política neoliberal, quedaron marginados para influir en las decisiones económicas, sobre todo si se advierte que en la junta del Banco de la República tampoco figura un solo representante de la escuela gradualista o social, que se preocupe por atenuar los inquietantes efectos sociales que conlleva la aplicación de un monetarismo a ultranza.
Esto quiere decir que la privatización acelerada, los despidos masivos, la eliminación de subsidios para la salud o la educación seguirán avanzando, y que la población será la que continuará pagando todo el costo del desastroso manejo oficial de los servicios públicos, uno de los componentes que más incide en la inflación y el aumento del costo de la canasta familiar.
Así es que el nuevo gabinete, en lo económico, deja al país al borde del neoliberalismo más derechista, sin concertación con los oponentes de esta escuela, y, por consiguiente, abriendo las puertas a un futuro en el que el desempleo y la pauperización de amplios sectores de la sociedad serán el costo por pagar para que en unos diez años Colombia sea como el Chile de hoy.
En lo político, Gaviria continúa con la línea frentenacionalista, es decir, conserva un equipo incoloro políticamente.
El presidente mantuvo la representación que básicamente antecedía a las elecciones de octubre, ajustando los sectores milimétricamente, de acuerdo con las escasas variaciones de los comicios.
De esta manera, el país sigue sin una sana oposición que ejerza algún tipo de control o de balance frente al poder Ejecutivo, lo que muestra, además, la inexistencia de partidos políticos con programas y doctrinas para contraponer y que, por ello, les haría insostenible participar en un gabinete con el cual no comparten la política.
En resumen, el nuevo gabinete deja un sabor preocupante frente a los costos sociales que conllevará la aplicación de la política económica, y un sabor amargo en cuanto a la modernización de las prácticas políticas, al continuarse con la repartición de puestos por el sistema del lentejismo, que mantiene a todos los sectores satisfechos al acceder a una tajada del ponqué del poder. Después de tantos cambios por el revolcón y después de las elecciones, lo único que queda claro es que las cosas están cambiando, pero que los cambios no están pasando.